[Fragmento de diario de campo]
Aunque solo me dormí una hora y media, me siento otra persona. Me levanto para comer algo, no tengo mucho -estoy cansado de comer lo mismo, de minimizar el gusto, de canalizar los sabores por la restricción económica- pero es algo, y lo caliento en el microondas. Me topo con el “abuelo” en la casa que me hospedo mientras caliento lo que tengo. Con algo en la panza, me dirijo hacia el centro nuevamente, pensando en un café que me tomaré de una panadería pequeña que vende el café por una ventana improvisada a 10 pesos. Hace mucho calor, y el sol está radiante. No tardo más de 30 minutos hasta llegar al centro. Voy caminando hacia la tamalería que busqué el otro día, La Antigüita. Es una historia del triunfo de una deportada, la dueña -Dona Esther , fundó la tamalería después de haber sido deportada y “atrapada” -como tantos otros- en Tijuana. Con los años, empezó a llevar “comida calientita” a los albergues, principalmente aquellos solo para hombres. Poco a poco, su trabajo voluntario ha ido creciendo, llamando la atención de otras organizaciones de apoyo a migrantes, una de ellas, el proyecto de archivo-visual “Humanizando la Deportación” de la Universidad de California, Davis.
Me acerco al restaurante y, habiéndolo identificado, paso adelante para ver si está el coordinador de Humanizado la Deportación con quien tengo cita hoy. No está. Llegué un poco temprano. En la entrada veo a lo que me parece es la dueña -desde mis búsquedas previas por internet- y me la acerco preguntándola si es la dueña de la Antigüita. Me dice que sí, si es. “Ah, pues, mira…” y empezó nuevamente mi texto introductorio, solamente que ahora lo cambio para incorporar que vengo a invitación del coordinador del Humanizando la Deportación. Me saluda con mucho afecto, mucha autenticidad en su forma de mirar, hablar, y tratar. Me pide pasar a su restaurante, a que tome asiento, y le pregunto si tiene chance de platicarme un poco de su historia, la historia de la tamalería La Antigüita, como fue su experiencia de deportación, como ha sido su vida desde entonces. Me lo concede, y entonces nos sentamos en la mesa, yo prendo mi grabadora y empezamos.
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Ilustración 1. La Antigüita - un lugar de migrantes, para migrante
Su historia es la historia de muchos y muchas. Es una historia de una oaxaqueña que fue buscar hacer su vida en Estados Unidos, atravesando unos océanos de peligros y riesgos en búsqueda de conquistar sus metas, de concretizar sueños. Me cuenta de su vida en Estados Unidos, de su hija, de sus trabajos, de cómo la deportaron, de la incertidumbre y soledad de haber sido entregada a las calles de Tijuana, de las formas y negociaciones que emprendió para poder poner un localito de tamales, como poco a poco fue construyendo su negocio, y como llegó a establecer una actividad solidaria de llevar “Comida Calientita” a albergues que necesitan. Ella demuestra muy empatía y compasión por los migrantes, y expresa el poco interés en la acumulación material. Lo que interesa es ayudar, es hacer que los migrantes no sienten tan mal. Ella repite, en varias ocasiones, que “yo sé cómo es estar en los albergues”, como forma de denotar una realidad alterna, una realidad paralela que ella vivió, y esta experiencia encarnada se desborda en las actividades que emprenda. Es una entrevista, para mí, inédita, ya que demuestra otra performatividad del migrante, de la migrante, del deportado, de las formas de vivir la deportación… aun cuando varios temas se traslapan, aquí es un ejemplo de una deportada que ha buscado no solamente instalarse en Tijuana, sino que construir un negocio que voltea a ver, a encarar, la realidad del migrante. Hablamos por casi una hora, y cuando estamos terminando, aparece el organizador del proyecto Humanizado la Deportación.
Comida Calientita en Plena Pandemia.
Comida Calientita en Plena Pandemia. El negocio de doña Esther cae con la pandemia; entonces ella empieza a regalarles comida caliente a la gente necesitada en las calles y a los migrantes en los albergues de Tijuana. Quiere que la gente se preocupe por los migrantes, sobre todo en tiempos que inspiran miedo e incertidumbre.
Nos saludamos, e intercambios pequeños anécdotas y formalismos propios de un primer encuentro. Él me cuenta un poco de lo que vamos a hacer porque, aún no lo especifiqué, hoy estará apoyando al proyecto solidario de la tamalería llamado “Comida Calientita” en un albergue del Ejército de Salvación, con el apoyo de Humanizando la Deportación, quienes pondrán algunos videos de testimonios de algunas vidas de algunos deportados, como forma de no solamente “humanizar” las formas que perciben la deportación, sino que también para interpelar las vidas de los deportados en los albergues, para que se animen contar sus historias, para que vean que hay otros con sus mismas historias.
Ponemos la olla de tamales en la cajuela, junto con dos bandejas de frijoles y arroz y un agua de naranja va adelante, para que no se caiga. Salimos con el último del sol, y vamos rumbo al cerro donde se encuentra el refugio del Ejército de Salvación. El camino es una subida paulatina, hasta llegar a poder ver “toda” Tijuana desde las alturas, desde las calles rocosas, y polvorosas de los cerros, ya más alejados del flujo -y la visibilidad- de los grandes caminos económicos y vías turísticas. Llegando me percato que este camino lo hice a pie en agosto del año pasado -el 15 de agosto para ser exacto-, cuando apenas empezaba a conocer Tijuana y buscaba caminar y caminar para conocerla. Me recuerdo que me tardé más de 3 horas en la caminata; ahora hicimos menos de una hora.
Ilustración 2. Humanizando la Deportación, Comida Calientita en el Ejercito de Deportación
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Mientras se espera el video, me pongo cerca de una mesa, quedándome de pie apoyado en la pared. Pregunto a dos de los migrantes cercanos de dónde vienen y cuánto tiempo tienen en el refugio. Me dice que viene de honduras y Venezuela y tienen no más de un par de semanas en el albergue. Les pregunto como estás, como se sienten, y me dicen que lo están llevando, que la “cosa es fea”, que Tijuana es peligrosos, que no les gustan salir porque temen por su seguridad y entonces pasan el día todo en el albergue haciendo uno u otra labor. Que sus metas es irse a Estados Unidos porque huyen de todo tipo de violencia.
[Es una historia tan recurrente; la “misma” historia de todos]
Son tres videos que pasamos, una duración de aproximadamente 20 minutos, todos relatos de diferentes ángulos de las formas de experimentar la migración, la deportación, de separación, las superaciones, los riesgos, las victorias, los abusos y los pocos triunfos. Son historias que miran “desde allá” hacia ellos, como espejos de otras realidades tan similares. Cada que termina un video, el coordinador del proyecto añade algo de la historia, de un hecho que ocurrió posterior, un dato que no figura en el video. Terminando los testimonios, nos ponemos a coordinar quien servirá que parte de la “comida calientita” a los migrantes del refugio. La “comida calientita” consta de un tamal -carne o elote, arroz, frijoles, y un agua de sabor. Me toca servir el arroz y frijoles, y así servimos a los que se encuentra en el espacio. Son cerca de 50 que se acercan a tomar un plato de “comida calientita”.
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Mientras se distribuye la “comida calientita”, algunos de los migrantes se acercan para platicar de sus situaciones, de las posibilidades que tienen de resolver sus pendientes, sus procesos. Conforme van terminando de comer, algunos se acercan para pedir más comida, otros desaparecen en los espacios donde están sus camas, sus espacios de descanso. El restante de la comida es puesto en otro recipiente para que los encargados lo guarden para su consumo conforme les parece. No queda mucho, algunos tamales, un poco de arroz y frijol y un poco de agua. Los demás utensilios de cocina son llevados a ser lavados por los migrantes que nos regresan la olla y charolas limpias.
Regresamos a la La Antigüita, y guardamos las ollas, charolas y garrafón de agua en su restaurante. Intercambiamos agradecimientos y hacemos planes para los próximos días. Serán días de mucho trabajo y de mucha actividad, en el cual nos acordamos vernos a las 9 de la mañana en un albergue conocido del "centro-centro".
Pasando las calles bajo una luz tibia -quizás de propósito- que guarda mucho en la obscuridad. Llegando a la Avenida Revolución veo a una multitud enorme de turistas caminando tranquilamente, comiendo, tomando, disfrutando de la fiesta que es Tijuana. Sí, claro, hay varios Tijuana aquí. Acercándome a donde me subo al transporte público en dirección a Playas, hay una fila de más de 50 personas. Pasan media hora para que me subo a una calafia y llego pasando las 10 a mi hospedaje.
Tengo hambre, así que me caliento “lo que hay” y me duermo… nunca duermo bien, porque además la cama es demasiado pequeña y la almohada es muy muy delgada… sin embargo, duermo y me despertaré a las 630 del día siguiente, listo para recorrer los territorios simbólicos de la migrancia.
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