[Fragmento de diario de campo]
Amanece con temperaturas cerca de 0. Antes de dormir ayer, eché un ojo a la previsión de temperatura para hoy, el día de la semana donde consideré llegaría las temperaturas más altas, apenas un 16 centígrados, como máximo. Hace 4 grados, y sensación térmica 2. “Que frío”, pienso. “Voy a hacerme un café y al rato me preparo para salir”. Quiero esperar que sale el sol, por más tiempo, para ver si se eleva la temperatura un poco más, pelo menos en doble digito. No dejo de pensar como están -donde están- todos aquellos que hacen sus vidas en las vidas de las calles de Tijuana con estas temperaturas. Escucho las noticias sobre la posible guerra -invasión- de Rusia con Ucrania… será otra tragedia sinsentido que afectará, principalmente, a millones de personas, la mayoría (si no es que TODOS) sin nada que ver con este pleito político. Sigo con mis labores de prepararme para salir. Termino un café, y agarro una mochila más pesada de que lo pensada. El peso de la mochila me reconforta; implica que estoy preparado para vario escenarios.
Me dirijo hacia el punto de espera para tomar el camión. En la caminata, me percato que hace menos frío de lo que esperaba; se agradece el sol después de varios días de lluvias. En el camino encuentro este paisaje tan estática y tan dinámica; las favelas que se extiende desde las alturas de la carretera llenando la depresión entre los cerros que enmarca la división natural entre “las Tijuanas”, una Tijuana para los turistas y otra para los habitantes; una Tijuana para los gringos otra para los despojados; Un Tijuana para los vehículos otro para los que caminan las calles. Aquí estoy donde “todos” estamos;
Vamos persiguiendo el muro fronterizo, esta muralla translucente pero tan sólida que rodea los cerros dando paso a un vasto terreno plano, sobre los ojos – constantes- de los buitres metálicos que vigilan la tierra desde el espacio; la guardia militar de estados unidos buscando atrapar a cualquier “desesperado” que se atreve a moverse por aquí; que se atreve a luchar por su vida, por vivir, por tener una vida. Cada migrante que busca cruzar es un grito hecho acción; es un acto político, una rebeldía contra la depresión, la depredación del capitalismo, de la necropolítica, de las instituciones que prefieren verlo morir que verlo intentar.
Todo migrante, pienso, que se arriesga la vida aquí es un soldado de su propia fortuna; un soldado que lucha por su familia; un soldado que se ha visto sin otra opción. “Nadie hace esto por gusto”, recuerdo. Cruzar la frontera es la expresión bruta de la decisión de no rendirse. “Ojalá todos fuéramos tan valientes como los migrantes”, pienso. “Ojalá puedo ser tan valiente como ellos”, refuerzo.
Llegando al centro es evidente que las restricciones por el COVID-19 han dejado de ser aplicados. Hay mucha gente en todas partes; en la banqueta, en la plaza de la catedral metropolitana, en la avenida principal; por donde miro, veo gente; muchas personas están sobre la banqueta, algunos buscando vender algo puesto sobre un mantel improvisado y otros simplemente existiendo en la calle.
Ilustración 1. Fotos de la "vida" en el centro de Tijuana, 24 de feb. 2022
Me percato que en la plaza de la catedral metropolitana ya pusieron una valla que rodea la única posibilidad de recostarse en la plaza, una estatua que nunca me he fijado a que busca homenajear… buscaré recordar de registrar los datos del monumento también posibilitando registrar que tipo de historia de busca recordar en Tijuana (a quien, para quien y de quien). Aun así, un hombre se encuentra tirado, boca arriba, en frente de la estatua. Hay mucho tránsito peatonal aquí, personas cruzando la avenida, la plaza, ingresando a la catedral. Es un ambiente mucho más dinámico que mi última instancia aquí en Tijuana a finales del año pasado. Aquí parece que “ya es otra Tijuana”, aun cuando se mantiene. Esta “otredad” lo percibo cuando me dirijo hacia los albergues, estos caminos que he trazado que bajan del centro hacia la “línea”, la frontera geopolítica de la administración de la vida.
Ilustración 2. Arquitectura hostil que prohíbe sentarse. Otro "muro" en la vida de aquellos que no tiene "a donde ir" en Tijuana, 24 de febrero 2022.
Llegando al final de la plaza de la catedral metropolitana, uno se encuentra con la Calle Primera, un par de cuadras que recuerda mucho al barrio de la Merced en la Ciudad de México, pincelado de cantinas, antros, y hoteles de paso, adornados con las sexoservidoras que construyen un perímetro humano (y sexual) de las calles que rodean la calle primera. Pasando los antros, escucho algo, ahora de algunos hombres que me susurran algo como “pide pide”, y pienso que escucho uno decir “tengo tic tacs tengo tic tacs”; no entiendo los códigos pero es evidente que me señalan que con ellos puedo encontrar drogas… ya me lo había ofrecido el viernes 18 pasado, cuando entraba a la calle Santiago Arguello, un hombre llamativo por su estatura -media pelo menos 1.85m y bastante bien alimentado- me ofreció “Ecstacy, oxycotin, coke, weed”, así, en inglés y sin medir las palabras. Hoy me encuentro con varios de los narcomenudistas que me ven y me ofrecen sus “servicios”. Anteriormente, solamente me había acercado las sexoservidoras, que me susurraban “schh schhh” cuando pasaba -seguramente para llamarme la atención, pero ahora compiten con las drogas. Ahora sí, Manu Chao resuena en mi mente: Tijuana, tequila, sexo y marihuana.
Ilustración 3. Calle Santiago Arguello, Centro de Tijuana
El ambiente tiene un aire festivo, impulsado por la música a todo volumen que salen de las cantinas, de los antros, todos con sus entradas obscuras para mantener en “privado” lo de adentro. Hay mucha gente que caminan en ambos lados, además de un tránsito vehicular pesado, intenso, constante. Caminando sobre estas calles no me deja de sorprender lo decadente que se siente aquí; son gente tirada en el piso, las sexoservidoras en las puertas de los hoteles de paso, los hombres en los puestos de tacos, los gringos hablando con aquellos que los engancha para entrar en los antros, en los “tables”. Entre ellos están aquellos que buscan ganar algo con vender lo que tienen a la mano, ahora puesto -exhibido- en cobijas sobre la banqueta, compartiendo el espacio de las banquetas con la venta del sexo, de las drogas, de la vida. Con la música a todo volumen, uno se percata de las sexoservidoras donde sea que uno mira, y las drogas a la mano. Una esquina parece amontonar las sexoservidoras; parece que compiten por esta esquina, son alrededor de 10 en un espacio reducido que compite con un puesto de comida, un carrito de helado, las cobijas en el piso con artículos diversos a la venta.
Pido permiso para que me den el paso, y cruzo la calle. Esta parte de Tijuana parece un centro de venta de entretenimiento, “¿para quién? Para quien están aquí?”, pienso, “para los gringos, seguro”. Y claro, aquí “todo se vale”; esta parte de Tijuana me recuerda esta imagen de los circos con sus payasos afuera llamando la atención, para que ingresen, para que disfruten de un entretenimiento, haciendo lo posible para atapar tu atención, para que le des TU atención, y al final, que les compres el entretenimiento. Aquí parece que “todo está a la venta” y con ver a los mariachis en las esquinas ya más cercanas a la Avenida Revolución, me refuerza el aire de la búsqueda de aprovecharse del turismo, de vender la imagen de la vida “liviana”; Me imagino a un hombre, con vestimenta victoriano: saco, sombrero, un “Dandy” quizás, y en mi mente lo veo buscando atraer a los que pasan, a que ingresan al circo de la vida, este circo llamado Tijuana. En este espacio imaginario lo escucho diciendo, mientras gesticula sus brazos con entusiasmos y con una enorme sonrisa grita, en su acento estadounidense,
“¡Vengan!!Vengan todos! Todo está a la venta. Todo tiene un precio. Bienvenidos aquí en el circo del capitalismo llamado Tijuana [siempre cuando traen los billetes verdes]”
Ilustración 4. Ilustración de un "dandy" (del siglo 18)
[Tijuana me recuerda el "geek" de la pellicula de Guillermo del Toro, Nightmare Alley, o seria otro personaje?]
Con tanto capital del “otro lado”, Tijuana juega al juego de “brillar”, de llamar la atención, sea cual sea la atención. Pero dentro de todo esto, hay algo que sigue imponiéndose como diferencia: una ausencia mayoritarita de hombres en condición de calle; ya no se encuentran en las zonas “rutinarias” que pude percibir en los meses del año pasado. No me malentiendes, si hay mucha gente en condición de calle, pero no siento que esta faceta comprende la totalidad de mi mirada como resultó en las ocasiones anteriores. Es posible que en los meses del final del año pasado vi una Tijuana restringida por el COVID, y por lo tanto, depurado del turismo: una afluencia menor de turistas resultó que no vi una oferta tan amplia de narcomenudistas (aun cuando pude ver puntos de ventas de drogas y los “halcones” de drogas también) y una merma de las sexoservidoras (aunque de menor grado; me parece que no “percibo” un aumento drástico de sexoservidoras en este momento). Es curioso. El 10 de noviembre pasado, fui testigo de una “limpieza” del centro de Tijuana, empezando con la limpieza de la plaza de la catedral metropolitana, y desde entonces, veo menos personas en estos puntos clave del centro, quizás tan “desnudo” al ojo. Tengo la gran sospecha que mucho han sido desplazados a zonas menos concurridas de la ciudad, bajo el trato “especial” de una policía tijuanense que parece (me dicen no solamente mis propias experiencias pero todos aquellos que he hablado en Tijuana) no le importa los migrantes ni los derechos humanos.
Quizás aquí es el “orden antes de todo”, y sea como sea, el orden se mantendrá. Vaya entender que significa “orden” aquí, pero parece ser algo relacionado con la apariencia “apropiada” para que el turismo (sea de sexo, de drogas o de cultura) puede circular libremente. “Bienvenido a Tijuana: el circo más grande del mundo”. Al final de cuenta, que es un circo, si no es un espectáculo variado con el fin de entretener. Una búsqueda rápida en internet me regala la siguiente definición de circo:
Hay algo en esta definición que me describe algo que siento aquí; que veo; que percibo.
Me dirijo hacia el Chaparral, mirando algunos lugares que podrían servir para sentarme con algún migrante y platicar. Paso varios espacios que ofrecen tacos adobadas (pastor, será) y me parecen pueden ser buenos lugares para que sentamos, comemos y me platican sus historias de vida. Me percato que ando cerca de Espacio Migrante y que aún no lo he conocido, y retomando una sugerencia que recibí el año pasado, también estoy buscando registrar las voces que interpelan las realidades de los migrantes, así que hago una pequeña búsqueda en Google maps, y lo sigo. Estoy a menos de 5 minutos del espacio.
Llegando al área que me dirige el mapa, me percato que ya había pasado por el lugar anteriormente, que aquí encontré el letrero de Defend Asylum. Quizás no había quedado claro que aquí está el Espacio Migrante. Como en la última vez y en esta oportunidad, me encuentro con una fila de personas formado esperando ingresar a ser atendidas, en lo que -en su momento- pensé que era una atención legal, me fijo que es una entrada a una clínica que esta incorporada en la planta baja del edificio. Paso a algunas personas en situación de calle, buscando no pisar sus pertenencias mientras cruzo en frente de sus casas de campaña. Pasando un hombre en silla de ruedas, me dice:
“Why you so angry, man? What happened to you, man?”
Pasándolo, miro hacia atrás y, como forma de reconfortar al ambiente de mis intenciones, le digo,
“I’m not angry, man. This is just how my face is”, y sonrío con mis ojos, ya que mi sonrisa queda atrapada bajo mi cubrebocas.
Él se ríe, y yo me rio mientras sigo. Mas adelante regresaré con él, y me percataré que hemos platicado, informalmente, en noviembre del año pasado. Él no se recordará de esto, pero su presencia -y su situación- me dará más un elemento de las formas que es vivir en las entrañas de Tijuana; sus calles, su “publico”.
Pregunto a una persona en la fila si aquí es Espacio Migrante. Me confirma que sí, que la entrada es por el pasillo a la derecha entrando ya en el edificio. Todos que están aquí están o formados justamente hasta la entrada de este pasillo que me señala la persona, o sentados en sillas que ocupan el espacio de “estacionamiento” del edificio (ahora readaptado como “sala de espera”). El espacio está inundado. Hay una fuga en una toma de agua que inunde todo el espacio. No hay mucho movimiento, ni se escucha mucha platica. Todo me miran cuando atravieso el enrome charco de agua para ingresar al pasillo. Sobre las miradas de todos, me acerco al final del pasillo donde encuentro un hombre con una vestimenta de hospital, lo cual se distingue y me figura que quizás es alguien que “trabaja aquí”, así que me acerco y le pregunto:
“Aquí es el Espacio Migrante?”, pregunto,
“No, es más arriba. Subiendo las escaleras”.
Pensé que era aquí. Sorprendido pregunto.
“Ah, entonces ustedes quiénes son?”
Me escucho y noto que mi pregunta puede ser interpretada casi como acusación, y me preparo para agregar mi texto introductorio que tengo para identificarme ante migrantes; este texto que empieza con decir “buenas tardes, mis nombres es…. Soy estudiante de la universidad….. estoy haciendo trabajo de campo…. vengo a escuchar las historias…. Etc., pero no me cuestiona, y me responde con mucha facilidad que ahí es una clínica de salud que atiende a toda populación que acude. Pregunto si es mayoritariamente migrantes quien acude, y me dice que hay migrantes pero también hay mucha gente en situación de calle que viene por los servicios. Lo agradezco y corroboro que enfrente es el Espacio Migrante. Me dice que sí. Miro adelante y veo unas escaleras, un poco vacías, desolado… “que entrada tan oculta”, pienso, y subo.
Ilustración 5. Escaleras hacia Espacio Migrante, 24 de febrero 2022
Llegando al piso de arriba, encuentro un espacio solo, con un aire de abandonado, fuera un taller que está abierto, tocando -a volumen máximo- una predicción de alguna iglesia. Hay un hombre acostado contra el muro mirando su celular. Me figura que es la persona del taller. Me lo acerco y pregunto, “aquí es el Espacio Migrante?”, y me señala que sí, que es “allá”, y apunta a un portón cerrado con una lona puesta encima por dentro. Miro allá con cierta desconfianza, y me acerco, El portón esta cerrado, con una cadena gruesa, y con la lona puesta, no logro ver adentro. Toco el portón como puedo, y digo “buenas tardes! Buenas tardes!”. Espero. Escucho algunas voces adentro, algún movimiento. “Quizás estan viniendo para abrirme”. Pasan los segundos y nada. Echo una mirada perpleja al hombre que me indicó el portón, y me responde “dile más alto “buenas tardes”". Entonces grito, “BUENAS TARDES, BUENAS TARDES”, y espero. Nada; nadie. Busco ver adentro y no veo nada. Encuentro un pedazo de la lona y la jalo para darme posibilidad de mirar. Veo a una mujer, un hombre, y un niño; me parecen que son haitianos. Les dirijo la palabra:
“Buenas tardes. Oye, me pueden abrir o llamar a alguien a cargo, por favor?”
Me miran sin decir nada. Les pregunto si aquí es el Espacio Migrante, y me quedan mirando, sin decir nada. Uno se aleja, y la mujer y el niño regresan a sus actividades. Quizás no me entendieron. Quizás en francés me entienden (es lo más cercano al creole que sé), así que les hablo en francés.
“Bonjour, parlez-vous français ? Pouvez-vous ouvrir la porte ou appeler la personne responsable ?”
No recibo respuesta pero se me acerca la mujer cargando un niño. Le pregunto nuevamente si me puede ayudar, y dice que están buscando la llave para el portón pero no saben donde esta, y la persona encargada esta en el teléfono. Me pregunta si le puedo acercar una maguera que se alejó del portón. Paso la maguera y ella empieza a llenar un bote de agua. La miro llenando el bote y pienso en que hacer. Veo que hay otra puerta, justo del otro lado, abierta, y considero que por ahí puede ingresar. Le pregunto si por allá también se entra, y me dice que sí, así que le agradezco y decido ir hacia esta entrada; quizás la entrada principal. Voy maldiciendo el Google maps que mandó por aquí en vez de por allá.
Regresando por el mismo camino en lo cual vine, atravieso nuevamente el hombre en silla de ruedas con quien me preguntó porque estaba molesto. Me ve y empieza a hablarme. En ingles. Para él, soy gringo, definitivamente, y decido no contradecir esta información… decido seguir esta construcción para ver dónde y de qué forma termina. Me detiene al preguntarme qué onda,
“What’s up, man?” Whachayoudoin here? “Who you looking for?”
“I just came by to see what’s going on”
“Oh yeah, it’s messed up, man.”
Y así empezamos.
Él me cuenta que hace un mes fue atropellado cuando estaba caminando por la “línea”, este espacio compuesto de varios carriles vehiculares y un espacio peatonal para cruzar la frontera de San Isidro. Ahí, me cuenta, lo atropellaron. Me cuenta que había cruzado de Estados Unidos unos meses antes, que es originario de Michoacán pero tiene mucho tiempo en Estados Unidos, y que, en el tercer día de estar en Tijuana, la policía lo golpea y roban su “green card”. Es el único documento que tiene -que tenía. Le pregunto si tienen documentos mexicanos, y me dice que no. Me dice que sin el “green card” no puede regresar a Estados Unidos. Que desde entonces, hace casi seis meses, esta en Tijuana, siendo que desde enero se encuentra con una pierna fracturada por el atropellamiento. Me dice que desde que llegó a México, la policía lo golpeo casi diariamente durante un mes; que ahora no es tan frecuente, y menos en silla de ruedas, pero que semanalmente la policía lo golpea. "Los golpean a todos", me cuenta. Por estar en la calle, por esta recostado contra la pared. “No podemos estar en ninguna parte, pero aquí estamos”, me dice. Me dice de sus vicios, que es drogadicto pero no es “una persona mala”. Me cuenta que siempre intenta ayudar a los demás, pero que también su vida ha sido difícil y se droga para olvidar. Me cuenta como se arrepiente de ser drogadicto, de seguir drogándose porque quiere “salir adelante”, pero siempre recae en las drogas. Me dice que aquí siempre ayudan a los centroamericanos y haitianos, pero ellos, mexicanos, nada los pelan. Como forma de justificar lo que acaba de decir, ve a otro hombre pasando una escoba en la banqueta -arreglando “su lugar”- y le pregunta.
“No es que aquí tratan mejor a los centroamericanos y haitianos que nosotros?”
El otro sigue pasando la escoba y lo mira y dice,
“Sí, sí, aquí nadie nos quiere; nadie nos ayuda”.
He escuchado esto en repetidas ocasiones en mis diversas platicas con los integrantes de este espacio de espera -este purgatorio social que encumbre Tijuana- este espacio “juzgado” por su cercanía con la frontera. Es esta sensación de que los mexicanos migrantes se sienten olvidados aquí; olvidados por todos, por aquellos en Estados Unidos, por aquellos en Mexico, por nosotros, por los otros, por todos y todas.
Me cuenta que el problema del mexicano es que aprendió la maldad en Estados Unidos. Que aquí convive con los Cholos y los Mexicanos Americanos y aprendió a pelear por lo suyo, por siempre buscar la ganancia. Dice que a diferencia de los haitianos y los centroamericanos, los mexicanos no confían en los mexicanos. Me cuenta que aquí la mafia controla todo, y que hay que cuidarse de ella. En este intercambio, se acerca un hombre en otra silla de ruedas.
Él michoacano con quien estoy hablando me pide acercarse la silla de ruedas al otro, para “que lo ves”. Ellos intercambian cumplidos acerca de lo bueno que esta la silla de ruedas. Él otro hombre esta fumando un cigarro de marijuana, hecho con papel de periódico. Me pide pasárselo al Michoacán, lo cual hago, y al entregárselo, me pregunta si no quiero fumar con ellos. Les digo que no, que gracias. Fuman, y el Michoacán me siguen platicando. Me cuenta lo difícil que es la vida, que vive “aquí” y enseña una casa de campaña. "Me quedo ahí con X, Y Z", una mujer y dos gatitos. Me dice que los gatos son buenos guardianes que si alguien intenta robárlos, los gatos atacan. Me cuenta que están dispuestos a puñalear a cualquiera que entra, y que la mujer es la mas atrevida con el cuchillo. Sigo escuchándolos.
En esto se acerca un joven, de no mas de 25 años, güero, con cabello rubio, una apariencia inocente y tímida. Él Michoacán empieza a hablar con él. Pregunta que hizo ayer, donde durmió.
“Pues comí en el centro y dormí en la calle”.
No ofrece mas información, pero el Michoacán empieza a hablar; a contarnos como hacen para despojar a los gringos de todo lo que tienen. Que empiezan con el enganche, de que lo llevan a beber, fumar, usar lo que les antoja, y después a las chicas, y cuando han gastado todo lo que tienen, estan drogados y ya cansados, lo despojan de todo lo que tienen, "hasta la ropa", para dejarlos desnudos en la calle, y que "si buscan problemas, solo van encontrar problemas". No hay salvación ni protección aquí; ni con la policía ni con la mafia. "Aquí es 'pura diversión'", pienso. "Aquí es un tipo de “carnaval” del infierno, el perfecto escenario para toda película de perdición, del olvido". El joven empieza a moverse, a meterse en la clínica de salud. El Michoacán me pregunta si uso lentes de sol y le digo que sí, y me dice de agarrar unos lentes que estan sobre un montecillo de ropa y otros objetos. Me dice que están buenas. “Va, te los compro”. Le doy algo por los lentes, mas que por los lentes, le doy algo para que come, para seguir sobreviviendo. Me dice que tiene que seguir buscándose la vida, que ahora se lo dificulta mucho, hasta ir por agua, pero no puede parar si no muere. Me cuenta que si quiero ver lo verdadero de Tijuana, tengo que pasar una noche aquí, para "ver todo lo que sucede".
Es ahí que me percato que creo que ya lo había visto; algo en su ojos y sonrisa. Recuerdo que él me interceptó cruzando el puente de El Chaparral en noviembre, y quería ofrecerme sus servicios de “mostrarme” Tijuana; que podía lograr todo lo que se antojaba; cualquier droga que quisiera, que me iba a mostrar lo mejor de las chicas, de los antros… En este entonces cargaba unas flores hecho de tallo de otras plantas. Recuerdo que me ofrecido una y pidió cualquier cooperación voluntaria. Recuerdo que en este entonces, pues ahí caminaba, con toda la actitud del mundo. “Que vueltas dan la vida”, pienso.
Ya pasó mas de una hora que estamos ahí. Él me ofrece rentar su tienda de campaña, y que debería regresar tipo 7 para “ver lo verdadero de Tijuana”. Le agradezco su tiempo, y me despido. Le digo que es posible que regreso por la noche, "para ver que onda". No regresaré.
Con todas estas historias que me ha contado el Michoacán, ya casi no me recuerdo que estaba haciendo, a donde iba y con qué propósito. “Ah, Espacio Migrante!”. Doy la vuelta en la calle y me paro justamente enfrente de lo que me parece estaba la puerta que había visto desde el portón de metal; pero no encuentro ninguna puerta. “Ok, intentamos mas tarde”. Me siento agotado, siento que el intercambio con el Michoacán me agotó toda mi energía. Decido regresar. Regreso con estas historias de Tijuana, cada vez mas nítida, cada vez más corroborada; cada vez mas repetida. Estoy empezando a escuchar “las mismas historias”, esto me da un sentimiento de certidumbre que estoy cerca de poder caracterizar ciertas realidades generales de ciertos tipos de populaciones y estructuras sociales de este espacio. Mi objetivo aquí es, también, encontrar la saturación empírica; de “totalizar” las historias de ciertos perfiles de personas: estos hombres, mexicanos, con experiencia migratorias, ahora “perdido” en Tijuana.
Regresando a la zona de Playas de Tijuana, cruzo un puente peatonal. “Aquí, también, es Tijuana”.
Ilustración 6. Fotos desde un puente peatonal a la entrada de Playas de Tijuana, 24 de feb 2022
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Aqui otro video hecho el 18 de feb 2022 donde caminé del centro de Tijuana hasta la garita de San Isdro,
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