I. La expectativa afectiva de la solidaridad.
La casa del abuelo, el término “afectuoso” que uso para referirme al lugar en cuál me hospedé en mi primera etapa de trabajo de campo, resultó tener una interesante paralela -e inesperado- con el objeto de mi investigación: la experiencia reproducida de las formas que hombres mexicanos migrantes deportados viven sus instancias en los albergues exclusivos para hombres migrantes en Tijuana.
La “casa del abuelo” es una casa de dos pisos: una planta baja compuesta por una cocina amplia y un comedor/sala bastante improvisada pero funcional. Hay un ligero cambio en la altura del piso entre la concina y el comedor que funciona como un indicador de la “frontera” entre ambos espacios. Está división también demarca una delimitación de espacio de uso entre el espacio “del abuelo” y de los inquilinos, siendo esta última categoría en el cual me encajo. Hay un patio afuera que funciona como el “taller” del abuelo -él repara maletas y electrodomésticos- y hay una lavadora en un espacio pegado a la cocina que se junta con un cuarto tipo “bodega” que se anexa a la cochera. En una ocasión detallé mis primeras impresiones de este espacio.
Dentro de este espacio, durante mi estancia, vivimos tres: El abuelo, un alumno colombiano de la maestría del Colegio de la Frontera Norte y yo. De los dos individuos en el cual comparto el espacio, considero que tendré mejor relación -y hasta un aliado- en el alumno colombiano. Al final de cuentas, él y yo compartimos varias características que se nos asemeja: Ambos somos extranjeros en México, ambos somos de Sudamérica, ambos somos estudiantes de posgrado, ambos estamos en Tijuana por primera vez y, quizás lo que más me resuena, ambos somos migrantes. Partiendo de estas categorías que se sobreponen, me predispongo a considerar que él y yo tendremos no solamente más afinidad de interacción, pero mayor facilidad e interés de construir y mantener una relación positiva y solidaria en una “tierra extraña”.
De la misma forma que partí de una hipótesis de trabajo de que los albergues son lugares idóneos para la construcción y manutención de lazos solidarios y redes sociales, la “casa del abuelo” me perfilo con una potencial innata de solidaridad social -construí la hipótesis de que el colombiano y yo nos íbamos a construir una amistad en base de no solamente ocupar el mismo espacio, sino que apoyarnos en solventar los obstáculos y consecuencias de ser y sentir la “extranjería” y poder desahogarnos, apoyarnos, e intercambiar información que nos pueda ser útil... Hay un elemento de un potencial intercambio de capital social que surge de la existencia de un potencial de interés mutuo, y de mutuo apoyo, ayuda y convivencia. En ambos casos -tanto pensando en el albergue y la “casa del abuelo”, mi hipótesis no pude ser más lejos de la realidad.
II. Cerca, pero lejano: un sin hogar entre casas y albergues
Son sobres estas expectativas -mías y hasta entonces, consideradas normalizadas- que genera un ámbito que me sorprende, por su ausencia de veracidad, de comprobación. En este espacio, no hay un ambiente familiar ni cálido; es un ambiente de circunstancias que sobreponen relaciones entre y desde individuos, ajenos y “sin afinidades” juntos con el otro. Aun cuando todos compartimos un “territorio común”, este espacio sigue siendo segregado y utilitario. No se habita este espacio, solo se usa, se usurpa, se domina. Como último integrante de este espacio, consideraba aliñarme a las reglas de la casa, no obstante, estas nunca me fueran explicadas en sus detalles, más bien, se nombró los espacios comunes y de usos: aquí es la cocina, aquí está la lavadora, aquí está los platos, aquí es la regadera, aquí es tu habitación, etc., sin indicativo de la costumbre de uso. Por ejemplo, no quedó claro, hasta tener que presenciarlo y, de esta forma, deducirlo, que los espacios de los cajones a la izquierda de la estufa eran de uso exclusivo “del abuelo”, siendo que ahí guardaba los platos que él utilizaba, sus alimentos, etc. No me quedó claro, hasta presenciarlo, que los espacios abajo de la fregadora no eran de uso común, sin más un espacio exclusivo “del abuelo”. Estos pequeños índices hicieron que poco a poco me diera cuenta de una ausencia, explícita, de solidaridad. El estudiante colombiano, quizás la persona con quien más pudiera tener afinidad, no se importó en “guiar” los hábitos (algo que yo, pienso, hubiera hecho) sino que tuve que "descubrilo", de la misma forma que tuve que "descrubir" los caminos hacia mis entrevistas, hacia mis fuentes. Es justamente esta ausencia de un intercambio solidario "espontaneo"- pero que tampoco se dio en la prolongación de la estancia- que este espacio -dentro de tantos "espacios"- se volvió un espacio “dominado”, un espacio “de uso”, un espacio “explotado”. Aquí no hay un flujo social que integra a todos, más bien cada quien busca usarlo como “si no estuviera nadie más”. Y ¿cómo funcionan los albergues?
Sin poder hablar de generalidades ni de albergues (en plural) puedo comentar algunas indagaciones que he percibido en mis interacciones con migrantes hospedados en un albergue específico en Tijuana exclusivo para hombres migrantes.
No se llama albergue sino que “hotel migrante”, con un costo de 30 pesos por noche, el albergue tiene una capacidad de albergar cerca de 40 migrantes en su momento más lleno, aunque en los momentos que interactúe con el albergue no rebasaba los 30 integrantes. Con un silencio perturbador, y una interacción cautelosa, los migrantes no interactuar con otros y mucho menos intercambian informaciones, experiencias u otras informaciones-. En suma, no había una dinámica de circulación de capital social en los albergues; los albergues era espacios “temporales”, en el cual cuada uno buscaba tener una cama, y seguir con lo suyo. De los migrantes que hablé, me comentaron que no interactuaran con otros migrantes que se encontraba en el albergue, que aun cuando había una relación cordial, no había una relación ni familiar ni de amistad. Se describe un ambiente difícil, donde se juntaba diversas personas, algunas con expresiones de malestar mental y otros con enfermedades. Mucho se quedaron de las condiciones de dormir allá. Esta “extranjería” percibida y descrita por los migrantes se volvió -paulatinamente- más presente en mis interacciones y convivencia prolongada en “la casa del abuelo”. No había solidaridad, y tampoco interacción con otros más allá de lo cordial. Tanto el albergue como “la casa del abuelo”, son espacios “dominados” por una condición de transitoria, por la ausencia de “raíces”, raíces que nace con una sensación de “hogar”, donde no hay un “aquí vivo”, sino que es “aquí duermo”, aquí “cocino”, indicativo de que mañana podrá ser otro lugar; otro espacio. Tanto en la casa como en los albergues, se busca un “lugar”; un punto “fijo”, que puede ser más que un espacio de hospedaje, sino que un espacio de vida.
Comments