Ocupo un cuarto en un primer piso de una casa de tres cuartos en la zona de playas de Tijuana. La casa es grande, espaciosa, tiene una cocina amplia y una sala de estar adjunta cómoda. La sala de estar da a un patio trasero. En los fundos de la casa, junto al garaje, hay un espacio ocupado por una lavadora, un tanque de lavar ropa y un pequeño cuarto que sirve de almacén. El patio de atrás es rectangular, no más de 10 pasos largos de longitud y unos 5 pasos largos de ancho. En los alrededores del patio, este todo pavimentado con cerámica, tiene una pequeña huerta que abraza las paredes del patio, de lo cual crece muchas plantas. Hay una higuera, un árbol de mandarinas, y otras plantas que no identifico. Algunas macetas de flores entre otra variedad de flora. En el medio del patio hay una cantidad de cosas amontonados. Hay una almohada, botes vacíos de pinturas, botes de agua que sirve de silla, pedazos de madera y metal, y diversos otros tipos de materiales. Comparto la casa con otro estudiante, este colombiano, hombre, estudiando una maestría en el Colegio de la Frontera Norte. Pero no somos apenas los dos aquí. Esta es la casa del “abuelo” de los que nos rentan los cuartos. Ellos viven en la casa de al lado, y el patio tiene un pequeño acceso que permite el tránsito entre ambos espacios. En las mañanas, todos los días de la semana, antes de las 7, entra el “abuelo” primero al patio, y después a la planta baja. La ventana del cuarto da al patio y así siempre sé que él entró, porque los perros de al lado empiezan a ladrar y escucho la puerta del patio abriendo. En seguida escucho el movimiento en la cocina; los ruidos de los sartenes, las puertas que se abren y los cajones que se cierren. Es su hora de desayuno.
Él entra antes de las 7 y así yo me despierto. Aprovecho para tomarme un baño y programar mi día. Pienso en café; necesito un café. En los días que no estoy afuera -haciendo un recorrido de algún espacio que quiero observar, sentir, utilizar- puedo registrar los movimientos del señor; el “abuelo”. Él, me han dicho, se dedica a reparar maletas. Los materiales en el patio es parte de las herramientas de su oficio. Después de desayunar, por ahí de las 8, sale al patio a empezar a arreglar maletas, cuidar las plantas. Pasa el día todo maldiciendo todo. “Pendejo”, “pinche chingaderas”; a las 15h00 entra a la cocina; maldice todo. Lava trastes, saca lo necesario para hacer su comida, prenda la estufa, y prepara su alimento. "Pinches chingaderas". En este espacio es donde yo, con frecuencia, me lo encuentro ahí.
Bajo para llenar mi botella de agua o prepararme algo de comer, y ahí está. Cuando no está en la estufa, está sentado en una mesa pequeña, que tiene permanentemente frutas, frascos, e otros alimentos secos. Entre 16h30 y las 17h00, percibo que sale nuevamente al patio. Maldice todo, y sigue afilando cuchillos, viendo maletas. De vez en cuando habla en voz alta algo que recordó, que tiene que hacer. Lo repite como si no lo hiciera, se le olvidaría. Por lo general, cuando lo escucho, es alguna maldición. "Ya valió verga", lo escucho mirando unas plantas del patio.
En algunas ocasiones lleva el radio y prende las noticias. La acústica del patio hace que las noticias resuenan en todo el vecindario. La recepción no suele ser muy buena en el patio y no pasa más de una hora antes de que lo regresa a su lugar en la cocina. Maldice todo. “Pendejo”, escucho. “Donde están mis pinches tunas”, sigue. Por ahí de las 19h00 y con la puesta del sol, el “abuelo” regresa a dormir en la casa de al lado. Lo que más me llama la atención es la soledad de sus días. Aun cuando lo saludo, percibo que quizás no escucha muy bien, entonces restringe el intercambio al “Hola”, “Buenas tardes”, o quizás no tiene más que decirme. Quizás no tiene que decirme. Quizás es una persona de pocas palabras.
Yo sigo aquí escribiendo, y no puedo evitar de escucharlo, y cuando me canso de leer y mi mente empieza a deambular, no dejo de pensar en la soledad del “abuelo”. Hay algo muy solitario aquí en Tijuana. Quizás es el tamaño del cielo, y los horizontes infinitos que hace que uno se siente menor, más pequeño, quizás hasta insignificante. Es un lugar interesante; creo que un lugar que reta, que desafía.
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