“¿Y nosotros? ¿Quién se preocupa con nosotros?”
me reclama un migrante mexicano en las calles de Tijuana. Estamos caminando por las calles del centro de Tijuana. Ellos me han dado el permiso de acompañarlos al largo del día con el afán de que pueda conocer un poco de su cotidianeidad. Son migrantes mexicanos que, en algún momento, han sido deportados de Estados Unidos y se encuentran hospedados en uno de los múltiples albergues exclusivos para hombres migrantes en esta ciudad fronteriza.
Efectivamente, ¿Quién se preocupa por ellos? Me dicen:
“es que aquí tratan muy bien a los extranjeros, pero y nosotros? ¿Quién se preocupa con nosotros?”.
La frustración es evidente. La prensa tanto nacional como internacional ha puesto su atención, casi de forma monopólica, sobre las caravanas de migrantes integrados por centroamericanos entre otros, que cruzan México en búsqueda de llegar a puntos de cruce hacia Estados Unidos. Son historias merecedoras de la atención, por supuesto, no se trata de desmerecer su situación, pero hay muchas facetas al fenómeno migratorio que atraviesa la composición sociopolítica y geográfica de esta región. Podemos, quizás, decir, que aquí camina la “humanidad”, es decir, el pleito humano de ser “libre”, de tener “vida”; y esta composición es plural, multifacética, multidimensional, y transnacional. Es una transformación hacia el humano; es el reclamo hacia las políticas migratorias de insistir que la migración es un acto atípico, particular, reservado, cuando la movilidad es una de las características que permea la humanidad; la migración es la expresión de la humanidad.
Tijuana es un punto en el trayecto de migrantes. Este espacio, encorvado por una frontera cada vez más sólida, hostil, agresiva, de dientes filosos y aliento apestoso, se edifica como una barrera tanto física y geográfica como simbólica e imaginaria en el tránsito hacia la esperanza. Como se ha documentado, ampliamente y necesariamente, el estado mexicano actúa bajo la lógica de la legalidad del Estado, como una razón de su ser. Podemos recurrir a la metáfora virológica en la construcción de la argumentación del Estado frente a la migración, donde el Estado -como cuerpo- busca la eliminación de lo foráneo, como elemento anacrónico de una identidad arcaica, un Estado forjado sobre fronteras. Pero ya hace mucho que México, como muchos países, existe “más allá” del Estado; por esto, es un argumento tibio concretizar la problemática de la migración como una faceta “del Estado”, sino que es necesario ampliarlo para resonar con las dimensiones transversales, transfronterizas, transnacionales, y transcendentes. Me detengo en esta desviación para regresar al punto, ¿Quién se preocupa por los mexicanos migrantes deportados en México?
Es una pregunta complicada con muchas formas de entrada, pero no me parece que es la pregunta que realmente quiso hacer el migrante.
Quizás una pregunta más apegada a la condición del migrante mexicano deportado es: “¿Cómo se preocupan por nosotros?”.
Es una pregunta que reclama a la visibilidad; al reconocimiento; a una consideración de integración, y de interacción. Es un asunto que busca entrometerse en la cuestión propia de la pregunta de que es el “Estado” mexicano. ¿A quién pertenece el Estado mexicano?
"Baños públicos". Tijuana, centro, 28 de noviembre 2021
Son muchos los migrantes mexicanos deportados en Tijuana; unos se quedan en los albergues, otros deambulan por las calles. Muchos son mexicanos que han residido todas sus vidas en Estados Unidos y ahora se encuentran en México, sin trabajo, sin familia, sin dinero, sin oportunidad, además de la tajante percepción de que “aquí tratan bien a los extranjeros”. Así me dijo el migrante. No solo uno, sino varios. Aun cuando sabemos que los migrantes centroamericanos pasan travesías de traumas, violencias, abusos, la percepción de los mexicanos migrantes deportados que andan por esta región fronteriza es que aquellos han logrado entablarse en las narrativas de la migración y, por lo tanto, logran visibilizar sus condiciones, situaciones y peticiones con mayor oportunidad de solventar sus problemas.
Esta barbarie decadente de una política migratoria centrista, legalista y política que cierre los caminos del paso libre de la región, posiciona la migración como un acto delictivo, a encontrarse en las selvas de los caminos hechos por los narcotraficantes, por los olvidados, por los marginados. De los activos obstáculos y tragedias que enfrenten los migrantes “extranjeros”, los “otros” migrantes -estos deportados mexicanos, por ejemplo- caminan en su trauma de un “sin vida”; ni aquí ni allá parecen que los quieren, porque son mexicanos, a final cuenta, así que “ándale, a trabajar”, pero después de 25 años de vivir en Estados Unidos, de construir una vida, un hogar, una familia, y por un error de tránsito ser regresado, sin nada -sin casa, familia, amistades, dinero- el mexicano migrante no encuentra paz en su país -sigue siendo un migrante marginalizado, un migrante nacional discriminado. Un ciudadano no tan igual a otros. ¿Cómo nos preocupemos por estos migrantes? ¿Son migrantes, a final de cuenta? Con cada mexicano deportado que pude entrevistar en Tijuana el mes pasado, todos me dijeron que “sí, soy migrante. Vengo de otro lado, no soy de aquí”.
"Chencho", Tijuana, centro, 28 de noviembre 2021
Como todos -y como otros- ser migrante es estar en tránsito. En este camino, buscar la no-indiferencia es un factor de solidaridad con el propio Ser, con la propia humanidad. Es volver a ser “humano”, y así, buscar posicionarse frente a la pregunta de cómo nos preocupamos de los migrantes es importante, porque así se resguarda el sentido más básico del derecho de movernos, de irnos, de la movilidad. Pero de todo esto, queda la pregunta, tanto en su forma originaria de “¿Quién se preocupa por nosotros?” como también de su entredicho: ¿Cómo nos preocupamos y ocupamos de los migrantes mexicanos deportados? Y así reitero, ¿cómo nos preocupamos de los migrantes mexicanos deportados?
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