El concepto de memoria colectiva se remite, inicialmente, a las formulaciones propuso por el sociólogo Maurice Halbwachs en su obra pionera Los marcos sociales de la memoria (2004), publicado por primera vez en 1925. A la par con las formulaciones de sus contemporáneos, con destaque a Emile Durkheim[1], Halbwachs busca enmarcar la constitución de la memoria más allá de los contornos propio del individuo, situándolo en relación, dialógica y hermenéutica, con las membresías sociales asociativas[2]. La memoria individual (autobiográfico), argumenta Halbwachs, es formado y comparte su esencia con las referencias de los grupos sociales que rodean y permean el individuo (Halbwachs, 2004)[3]. Son estos “marcos sociales” que configuran y perpetúan la memoria individual, y constituye una parte de la memoria grupal (Jelin, 2012)[4]. En este sentido, la memoria colectiva es más que la suma de la memoria individual; es la composición de una identidad negociada que preserva una intencionalidad -emotiva y social[5]- tanto para el individuo como para el colectivo (grupo)[6].
Traverso (2011), en su recorrido sobre la construcción y configuración de la memoria en relación con la historia y la historiografía argumenta que segura, remite, como es necesario, a su formulación originar hecho por Halbwachs, asegurando que la memoria es “siempre elaborada en el interior de los marcos sociales” sometido a la influencia compositora de las instituciones (Traverso, 2011, pág. 28). Las formas de representarse, en la idea de la memoria colectiva, se nutre los marcos sociales que posibilitan la “imaginación comunal” manejado por la penetración de las influencias de la institución total[7], como, por ejemplo, la familia[8]. Lo familiar, en su sistema de significado y significación del hogar, de lo doméstico, se edifica como lo propio de la razón y de la referencia[9]. La familia es un terreno simbólico propio; es una cartografía social con singular referencialidad[10]. Los recuerdos, derivado del sistema de unidad doméstica de la familia, perduran en la estructuración de la interacción en campos sociales divergentes teniendo como efecto: (i) la asimilación de la memoria de la unidad no familiar en el plano cibernético de lo familiar; (ii) una reacomodación de lo familiar frente a nuevos espacios (en proceso de “domesticación”). representado, tentativamente, en la ilustración 1.
Ilustración 1. La influencia (externa) de marcos sociales "totales" sobre la domesticación de la familia como el pensamiento "familiar" (colectivo).
La memoria colectiva no es una “memoria histórica” in strictu sensu; es una memoria social situada en la historia que recubre nociones ideologizadas que narran una identidad (consolidada y fragmentada simultáneamente) de un entorno público[11]. Así, la memoria colectiva se distingue de la historia por: (i) “ser una corriente de pensamiento continuo” (la historia, por otro lado, segmenta los hechos mediante categorización temporales además de compartimentalización de hechos: tragedias, guerras, conflictos, conquistas, etc.), (ii) es plural y multilocal[12]. La historia, al contrario de la memoria colectiva, reside “afuera de los grupos y por encima de ellos”. No se nutre de la actividad del grupo, como elemento de sustento de su primacía y vigencia, sino que existe afuera del recuerdo colectivo. La historia, por lo tanto, es un hecho que se “descubre”, se “busca”, se “desentierra”[13]. Nora (2008) reafirma el sustento social de la y argumenta que dicho es parte de una estructura arquitectónica, ubicado en el espacio (material y social); es algo que tiene “raíces” y habita este espacio. La historia, por otro lado, es propiedad de “todos y a nadie”; existe arriba de los grupos y colectivos y se mezcla con la universalidad de lo “común”.
El contra posicionamiento de la memoria frente a la historia es importante. Las distinciones resaltadas sobre la composición social de la memoria retribuyen la memoria (colectiva y social) como situada frente a la historia y, por lo tanto, configura un aspecto de la historia. La tendencia creciente -la explosión de los estudios de la memoria- en la segunda mitad del siglo XX, a consecuencia del “trauma” de la Segunda Guerra Mundial protagonizado por el “odio” nazista -odio ontológico y estructurante- conlleva lo que Wieviorka ha llamado la “era del testigo”[14]. Frente al pasado -historizada y situado- presenta la memoria como el “deber de la memoria”[15]. Este deber de la memoria forja la “historia del pasado reciente” que es incorporado por fuentes escritas, orales, y fuentes primarias y secundarias[16]. Esta reconfiguración del “pensar la memoria” en su posición, configuración y relación, es fundamental para desbancar la hegemonía del nacionalismo metodológico de la historia “como memoria” de Estado-nación[17].
[1] Entre las diversas contribuciones de Durkheim (1997), se destaca su concepto de “hecho social”. Un hecho social, propone Durkheim, es “toda manera de hacer, establecida o no, susceptible de ejercer sobre el individuo una coacción exterior; o también, el que es general en la extensión de una sociedad determinada teniendo al mismo tiempo una existencia propia, independiente de sus manifestaciones individuales” (p. 51-52). Son tres las características de un hecho social: a) Exterior: El hecho social viene desde fuera del individuo. Actúa por tradición, repetición, costumbre. Se da en sociedad o en grupo, no individualmente. b) Coercitivo: El hecho social ejerce cierta coerción, es decir, tiene peso sobre el individuo. c) Colectivo: El hecho social es parte de la cultura de la sociedad. Se diferencia de toda forma individual. Es congruente concebir la memoria colectiva que propone Halbwachs como compartiendo las características de un hecho social.
[2] Halbwachs (2004) afirma que “la memoria individual no es más que una parte y un aspecto de la memoria del grupo, como de toda impresión y de todo hecho, inclusive en lo que es aparentemente más íntimo, se conserva un recuerdo duradero en la medida en que se ha reflexionado sobre ellos, es decir, se ha vinculado con los pensamientos provenientes del medio social” (pág. 174).
[3] Halbwachs (2004) argumenta que “si la memoria individual puede respaldarse en la memoria colectiva, situarse en ella y confundirse momentáneamente con ella para confirmar determinados recuerdos, precisarlos, e incluso para completar algunas lagunas, no por ello dicha memoria colectiva sigue menos su propio camino, y toda esta aportación exterior se asimila e incorpora progresivamente a su sustancia. La memoria colectiva, por otra parte, envuelve las memorias individuales, pero no se confunde con ellas. Evoluciona según sus leyes, y si bien algunos recuerdos individuales penetran también a veces en ella, cambian de rostro en cuanto vuelven a colocarse en un conjunto que ya no es una conciencia personal” (pág. 54).
[4] Jelin (2012 argumenta que “para fijar ciertos parámetros de identidad (nacional, de género, política o de otro tipo), el sujeto selecciona ciertos hitos, ciertas memorias que lo ponen en relación con “otros/as”. Estos parámetros, que implican al mismo tiempo resaltar algunos rasgos de identificación grupal con algunos y de diferenciación con “otros/as” para definir los límites de la identidad, se convierten en marcos sociales para encuadrar las memorias. Algunos de estos hitos se tornan, para el sujeto individual o colectivo, en elementos invariantes o fijos, alrededor de los cuales se organizan las memorias” (pág. 58).
[5] En oposición a la unificación de la memoria colectiva con la memoria histórica, Traverso (2011) comenta que la memoria histórica es una contradicción conceptual porque junta lo antinómico: lo subjetivo de las emociones y lo irracional, con la objetividad de la fría construcción racional; uno es poesía y el otro es un manual (pág. 28).
[6] La memoria individual: no es totalmente aislada ni cerrada: como todo producto y proceso “social”, fronteras limitantes siempre son porosas e interactuante con el entorno. La memoria individual, para constituirse con identidad propia, se mueve en el marco referencial de los “otros”; lo propio de la identidad. La memoria se basa, como constructo de lo social, en las negociaciones de las hermenéuticas de los objetos sociales *los hechos sociales (Durkheim, 1997).
[7] Concepto ideado por el sociólogo Erving Goffman (1970) para designar un “lugar de residencia o trabajo, donde un gran número de individuos en igual situación, aislados de la sociedad por un periodo apreciable de tiempo, comparten en su encierro una rutina diaria, administrada formalmente” (Goffman, pág. 13).
[8] Los recuerdos “imaginarios” de la memoria colectiva es parte de un reconocimiento, tácito, de participación en una composición colectiva; es también aprehender a estar en los “otros”. Este “otro” en cual uno se sitúa, lo propio de lo colectivo, no es recordado, sino que dado. Para “recordarlo” habrá que dedicar a unificar y reconectar “las reproducciones deformadas y parciales” de las partes que hacen este todo (Halbwachs, 2004, pág. 55).
[9] Jelin (2012) recuerda como “lo colectivo de las memorias es el entretejido de tradiciones y memorias individuales, en diálogo con otros, en estado de flujo constante, con alguna organización social —algunas voces son más potentes que otras porque cuentan con mayor acceso a recursos y escenarios— y con alguna estructura, dada por códigos culturales compartidos” (pág. 52).
[10] Halbwachs, 2004, pág. 187.
[11] Wallerstein (1998), hablando sobre la institucionalización de las ciencias sociales identifica, como uno de estos factores que posibilita la institucionalización de las disciplinas de las ciencias sociales que “Los seres humanos se organizan en entidades que podemos llamar sociedades, las cuales constituyen los marcos sociales fundamentales en los cuales se vive cada vida humana” (pág. 239).
[12] Ibid. pág. 80-82.
[13] Ibid. pág. 83.
[14] Traverso, 2011, pág. 18.
[15] Ibid.
[16] Traverso, 2011, pág. 20.
[17] Traverso (2011) argumenta que la historia ha construido el sujeto de la historia verticalmente, poniendo (iluminado) los escalones de poder, de la ejecución de la dominación, como los objetos de las fuentes narrativas de la historia. Por lo tanto, los subalternos, los “de abajo”, los trabajadores no tenían “historia”; eran “pueblos sin historia” (Hegel) (pág. 27).
Bibliografia
Durkheim, E. (1997). Las reglas del método sociológico. México D.F.: Fondo de Cultura Económica.
Goffman, E. (1970). Internados. Ensayos sobre la situación social de los enfermos mentales, Amorrortu, Buenos Aires.
Halbwachs, M. (2004). Los marcos sociales de la memoria, (2004). Barcelona: Anthropos - Universidad de Concepción - Universidad Central de Venezuela, 2004.
Jelin, E. (2012). Los trabajos de la memoria. Instituto De Estudios Peruanos.
Marin, L. (1981). Le portrait du roi. Paris, Minuit en Ricœur, P. (2008). La memoria, la historia, el olvido. Fondo De Cultura Económica.
Nora, P. (2008). Les lieux de mémoire. Montevideo: Ediciones Trilce.
Traverso, E. (2011). El pasado, instrucciones de uso: historia, memoria, política. Buenos Aires: Prometeo.
Wallerstein, I. (1998). Impensar las ciencias sociales: límites de los paradigmas decimonónicos. Siglo Veintiuno.
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