En una de las arterias que se desprende de la avenida turística de Tijuana -la Avenida Revolución- hay un muro con una representación del "el Chencho", un hombre "cualquiera", de sombrero, bigote, camisa -"todo un mexicano", podríamos decir. Atrás podemos apreciar un campo de agave y un trabajador atendiendo al cultivo de -quizás- el mezcal. En su conjunto, la imagen parece invocar un imaginario histórico de la participación de mexicanos en la agricultura, de una agricultura no "explotada" o "exportada" hacia Estados Unidos, sino que propiamente de un elemento "mexicano": el agave. Atrás del Chencho hay otra figura, parcialmente perdida por el deterioro del arte. Parece que es un otro hombre, quizás más joven (no trae bigote). Puede ser que sea su amigo, su hermano, su hijo, quizás. Quizás es su hijo. Con esta interpretación me voy a quedar. En la imagen veo a Chencho con su hijo, ambos trabajadores del campo, experimentados en el trabajo de la agricultura, hijos de mexicanos. De estos símbolos que se "pegan" a la figura de lo imaginario de las culturas, "el Chencho" me figura como "cualquier mexicano" y, por ende, "todo mexicano". La cultura, aquí, también es machista.
Parte 1 de la historia de Chencho, según mi imaginación (interpretación):
El Chencho y su hijo -construyo esta narrativa- no son de Tijuana, digamos que provienen de alguna para de Sonora o Sinaloa, y aquí están, en Tijuana, buscando nuevas oportunidades, buscando cruzar hacia Estados Unidos para poder proveer para su familia. No es la primera vez que Chencho busca trabajo en los campos de Estados Unidos. Lo hizo periódicamente al largo de su vida, desde que tenía edad para trabajar; desde que logró experiencia en el trabajo del campo. Es por esto que Chencho trae a su hijo, para que logre el rito de paso con trabajar los campos de Estados Unidos, para que ambos pueden aprovechar la temporada de cosecha en California; para que su hijo puede, más adelante, proveer para su propia familia. Tijuana, esta puerta de entrada a Estados Unidos, es un camino "que todo hombre mexicano" debe tomar.
Y es así que interpreto, imaginativamente, esta primera parte de esta representación callejera.
En una nueva caminata por la zona, ahora casi cuatro meses después de haber "visto" al "El Chencho" por la primera vez, me percato de una segunda imagen, como una segunda etapa de la realidad del "Chencho". Es un "Chencho" "desgarrado"; "tumbado"; "fracasado", apenas sobreviviendo, con una cara de desvelo, de una vida atravesada por "otras" vidas, otros mundos. Es un Chencho diferente; es un Chencho vuelto "Tijuana", vuelto las "calles de Tijuana".
Parte 2 - la historia del Chencho en este "presente-futuro" imaginativo:
A este Chencho -el Chencho del "presente-futuro", que se posiciona con su imagen en el "presente-pasado", parece que mendiga. En la imagen -o más bien, representación- el Chencho recibe lo que parece una(s) moneda(s) de un niño mientras se puede apreciar una mujer en el fondo - en un cajero? - no logro distinguir, pero es indicativo que el escenario ya es otro, que hay una "actividad" -hasta corriente y común- atrás de Chencho, que Chencho ahora puesto sobre la calle, busca la ayuda de "cualquiera", sin su hijo a su lado, sin su oficio practicado.
Sin sombrero, con una mirada caída y perdida, Chencho ahora se encuentra en las entrañas de esta ciudad llamada Tijuana. Quizás su hijo se quedó en Estados Unidos, aprovechando oportunidades, mientras que el Chencho fue deportado -la mala suerte de estar conduciendo sin licencia (a final de cuentas, no tenía papeles) y por una falta pequeña de tránsito (no se detuvo por completo en una intersección), una patrulla lo paró. Sin hablar bien inglés, fue rápidamente esposado, y encarcelado. Se quedó meses siendo "procesado" por el pequeño delito de tránsito; buscó reclamar -suplicar- que le dejan hablar a su hijo -para contarle lo que ha pasado- pero se negaron. Pasando siete meses, lo deportaron a Tijuana, dejándolo solo, con nada más que una mochila con algunos perteneces. No ha sabido qué hacer. No puede regresar a casa. "Como voy a regresar sin mi hijo, sin nada!". "Tengo que buscar la forma de volver, de encontrarlo", piensa Chencho.
Y así, Chencho empezó a buscar la manera de volver. Las primeras noches, buscó un hotel para dormir o un cuarto, pero era muy caro. Terminó durmiendo en la calle, hasta que, encontrara un albergue que lo podría acoger. Ahí, pelo menos, tiene un techo, una cama, y una comida por la noche. Con esto, Chencho a empezando a buscar las formas de mantenerse por aquí, por Tijuana, para seguir vivo el sueño de regresar, de volver, ser y tener "una vida", porque aquí parece que el tiempo se detuvo, se detiene. Pasan los días, y Chencho encuentra trabajo en una fábrica, a una hora de donde se queda. Trabaja de 6 de la noche hasta las 6 de la mañana en una maquiladora 4 días por la semana. Cuando sale de la maquiladora, busca algún lugar para dormir, ya que el albergue está cerrado durante el día, solo permiten el acceso a partir de la 5, la hora que Chencho puede entrar para cambiarse de ropa, tomarse un baño (quizás) e ir al trabajo. En la calle, la policía lo hostiga, y si no se cuida, los demás también. Hay mucho vicio en la calle, y poco a poco, Chencho ha buscado consolarse con la bebida. Un día no llegó al trabajo -se quedó dormido. Perdió su trabajo, y ahora pide limosna en la calle. Ya no sabe cuanto tiempo ha pasado desde que llegó en Tijuana.
[Después de una semana de no saber nada de su padre, el hijo, el Chenchito, se fue con sus tíos que viven en California. Lo están cuidando, buscando ingresarlo para que termine la preparatoria. El Chenchito nunca pensó que iba a la universidad, pero ahora lo está considerando. Siempre piensa en su padre, pero poco a poco va mirando más hacían el futuro que el pasado. "Quizás, aquí, puedo tener la vida que nunca pensé pude tener", piensa el Chenchito. Quizás. Mientras piensa esto, un grupo lo hostiga, lo llama de "pobre", se burlan de él, de su vestimenta, de su forma de ser, de su presentacion y de su presencia. Aquí todos andas de coche, y él no tiene uno. Se sienta en una parada de autobuses, y ve como pasan las "trocas" tocando música a todo volumen. En la esquina hay uno cholos. En la otra, otro grupo étnico. "Todo aquí es extraño", piensa. Espera el bus.]
Esta interpretación -aunque especulativa, imaginaria- está basada en muchos de los relatos que he escuchado aquí en Tijuana, con hombres mexicanos con experiencia de deportación que viven en algunos de los albergues exclusivos para hombres migrantes. Escuchar las historias de mexicanos con experiencias de migración, de deportación, que se encuentra en estos espacios limítrofes de México, es importante porque son historias que permite -nos permite- no solamente humanizar las fronteras, las historias de migración, los datos migratorias, las políticas migratorias, sino que tambien nos permite humanizar nuestra mirada hacia las personas en condición de movilidad.
La movilidad es un derecho que todos deberíamos tener.
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