[Fragmento de diario de campo]
Después de un poco más de cinco semanas regreso a las calles de Tijuana.
[paréntesis]
[Finales de septiembre y el mes de octubre fueron días llenos de otras actividades que me mantuve frente a la computadora: fue: (i) la preparación y ejecución de mi examen de candidatura al doctorado en ciencias sociales y políticas de la Universidad Iberoamericana; (ii) mi participación en la Escuela de Verano sobre Metodologías de la Migración, patrocinado por el IMSCOE e impartido por la Koç University, de Estambul, Turquía, (iii) la preparación de avances de trabajo de campo para su presentación en el Coloquio de Avances de Tesis de la Universidad Iberoamericana; (iv) empezar el proceso de transcripción de entrevistas y (v) recuperarme de la incorporación de las emociones de estar en el campo.]
[regresamos]
Llego al centro con una energía renovada. Llego con la intencionalidad de ir a ver uno de los puntos de acceso de la frontera entre México y Estados Unidos: la garita de San Isidro. Ayer se levantó las restricciones de ingreso de mexicanos hacia Estados Unidos para actividades no esenciales (siempre cuando comprueban que tiene el esquema de vacunación completa además de los requisitos normativos de la gerencia de la movilidad extra-nacional).
Ilustración 1 Fachada de edificio abandonado en el Centro de Tijuana, 9 de noviembre 2021
(La distancia de las cinco semanas con el centro (el centro-centro: de la “acción”; del “trabajo”, de la “migrancia”) me ha dado la oportunidad de digerir las observaciones registradas entre agosto y septiembre. Quizás, hasta entonces, no me ha dado el tiempo de poder “pensar” mis observaciones más allá de “sentir” mis observaciones. Fueran semanas de trabajo, pero de también de reflexión.)
Llego al centro también buscando otros elementos. Estoy buscando registrar las sensibilidades sonoras de los espacios, ver como entablar esta sensación de las geografías híbridas -tanto naturales, simbólicas como fabricadas- del “paisaje” que envuelve la experiencia de la migración -el “paisaje de la migrancia”. Pero siento que el centro ya experimenta otra energía. Hay más movimiento, hay más tránsito vehicular, más peatones. Al largo del día, no veré tiendas cerradas por cuestiones sanitarias del Covid-19, sin embargo, tampoco vi una presencia inusual de turistas “del otro lado de la frontera”. Sobre la calle Revolución, avenida turística por excelencia de Tijuana, las tiendas de regalos y “souvenirs” de Tijuana se encontraba vacías, a pesar de un flujo peatonal más elevado que percibí en el mes de septiembre. Siento que he perdido -un poco- la evolución del cambio de la pandemia -hay una pequeña pero presente sensación de fracaso en mi mirada, como de que tenía que haber venido durante las semanas de octubre. No obstante, percibo un antes y después. Efectivamente, estoy en una Tijuana que trabaja como si estuviera en un contexto “pos-Covid”, aun cuando las cifras de contagio por el virus están en alta.
Caminando hacia el mero “centro-centro”, la plaza con la Catedral Metropolitana de Nuestra Señora de Guadalupe, paso un hombre “de la calle”. Viene caminando con las partes inferiores de los pantalones, enrollado para arriba, hecho shorts de mezclilla. Sus piernas están todas hinchadas, con una coloración errática. Me recuerda las imágenes que he visto de las consecuencias del uso prologando del “Krokodil (fotos perturbadoras)”. “Probablemente, es fentanilo”, pienso. Un poco más adelante, veo otro hombre, caminando con una pierna fuera de sus pantalones; su pie bastante hinchado, parece que tiene gangrena. Sigo caminado.
Estoy en el “centro-centro”, esperando el cambio de luces para cruzar. A mi izquierda veo la plaza y la Catedral, a mi derecha está la Plaza de Tecnología. Hay grupos de personas de ambos lados de la calle esperando cruzar. La plaza está repleta de personas ocupando los espacios que delimitan la plaza. Aparece el verde peatonal, y cruzo. Llegando al otro lado de calle, escucho una patrulla transitando sobre la plaza. Se acerca a algunos hombres que están sentados frente a una vitrina de una tienda conocida de telas y accesorios. Se indaga que los policiales les han ordenado a moverse. Los hombres se levantan; son cuatro; uno tiene dificultad de levantar y se tarda en ponerse de pie. Los otros tres dan la vuelta a la esquina, bajo la mirada de la patrulla. Pasan algunos minutos más y la patrulla se retira. Regresan los hombres a sentarse en los mismos lugares.
Ilustración 2. Policías desalojan a hombres recargados sobre la fachada de una tienda del Centro de Tijuana, en la Plaza de la Catedral Metropolitana, 9 de noviembre 2021
Sigo mi paso hacia el Chaparral. Cruzando el Río Tijuana, veo la escena cotidiana de los que “habitan calles”, agrupados bajo un pequeño puente peatonal junto al Río. En ambas direcciones se puede percibir a gente -casi-exclusivamente hombres- buscando entre los desechos que entran al río, otros ocupando los espacios de los pilares de los múltiples puentes que atraviesa el río frente a diversas señales de habitaciones improvisadas en los entre espacios de las paredes, entre las grietas del río de Tijuana (y quizás entre las grietas de la malla-social de la ciudad).
Ilustración 3. Camino por el puente hacia "El Chaparral" y paso peatonal entre fronteras entre México y Estados Unidos, 9 de noviembre 2021.
Bajando del puente, encuentro la plaza que, en cuando vine por la primera vez, me desubicó y no supe dónde ir. La entrada que había utilizado -uno al lado de un letrero “Baños públicos”, se encuentra cerrada, con policías parados al otro lado. Es una entrada, ahora, no solamente vigilada, pero inhabilitada. Cruzo la plaza, dirigiéndome a la entrada peatonal de la garita San Isidro. Doy dos vueltas más y me acerco a otro acceso al campamento El Chaparral. Conforme me voy acercando, se hace evidente la cerca que se ha construido alrededor del campamento; además, la cerca de alambre de pollo se ha vuelto un tendedero improvisado -un aprovechamiento de la estructura del encierro- donde se encuentra camisas, pantalones y prendas diversas colgadas. El campamento se ve menor, y claramente contenido. Veo a una persona sacando fotos del campamento, tiene una cámara que aparenta ser profesional, y se esfuerza por ponerla lo alto suficiente para poder registrar el interior del campamento. Al otro lado hay un periodista, ajustando su camera, con un micrófono en la mano. Este tipo de campamento solo lo había visto en las noticias sobre refugiados en la zona europea, pero ahora me encuentro frente a él.
Ilustración 4. Vista de cercamiento del campamento de migrantes, El Chaparral, Tijuana, 9 de noviembre 2021
Estoy mirando lo que percibo como parte del aparato de represión del manejo de la frontera. Me acerco al muchacho que está tomando fotos y le pregunto desde cuando esta la valla. Me dice:
“Hace dos semanas la pusieron.”
“¿Entonces ya no hay paso adentro?”
“No, emitieron una credencial para que los que están se identifiquen al entrar y salir.”
“Uy, que complicado. Y ¿sabes por qué la pusieron?”
“Para contener los que ya están y no dejar entrar a nuevos.”
“Ah, y, ¿qué sabes de como lo ven los que están ahí? Les pareció bien?”
“No sé.”
Miro a los niños jugando adentro. Mucho de los que había visto en mi primer visita al Chaparral, pero ahora los veo desde este “muro”. Estoy al límite izquierdo de esta contención; veo la entrada de los “Baños públicos” y tres policías parados ahí. A mi derecha hay dos patrullas, y tres políticas están de “guardia” en la entrada del campamento. Soliciten -demandan, obligan, imponen- el nuevo ritual de vigilancia de tener que mostrar un credencial al salir y al entrar. Saco algunas fotos y empiezo a caminar-en-la-observación el perímetro del campamento. Paso las patrullas, la entrada con los policías, y llego hasta el “fin” natural del campo. A mis espaldas, todavía hay algunas tiendas de campañas con algunos ocupantes. “¿Por qué será que ellos no han sido “incorporado” al campamento?”, pienso.
Ilustración 5. Desde afuera de la valla de contención del campamento de migrantes, El Chaparral, Tijuana, 9 de noviembre 2021
Ilustración 6. Niños e integrantes migrantes en el campamiento El Chaparral, 9 de noviembre 2021
Veo a agentes del Grupo Beta,
Me acerco a uno y le pregunto lo mismo:
“Oye, ¿desde cuándo pusieron esta valla de contención?
“Hace dos semanas.”
“Ah sí, y ¿sabes por qué lo pusieron?”
“Lo pusieron el municipio hace dos semanas.”
Se detiene un poco. Me mira y me pregunta, con cierta desconfianza.
“Eres periodista o qué?”
Algo he aprendido así que le respondo.
“No, soy estudiante de la Universidad en la Ciudad de México. (Saco mi credencial). Es que me sorprende esto. Vine hace algunas semanas y no había esto, y ahora que regreso me quedé impactado.”
Parece que ha funcionado. Me responde.
“Y ¿sabes por qué lo pusieron?”
“Es que hubo un cambio de la admiración del municipio. Entro otra gestión y lo pusieron el último día de la administración del otro. “
“Ah ok. Y ¿cuáles son tus instrucciones?”
“Nada más brindar información.”
“Y ¿qué tipo de información te solicitan?.”
“Pues depende. “
No me dice más.
“Y como lo ves tu?”
Me mira.
“No, nada, no tengo opinión.”
Sonrío, y busco una entrada para que me responde.
“Sí, claro, entiendo que como agente de Migración no me puedes decir más, pero digamos, tu como persona, en lo personal, no como funcionario, que te genera ver esto. Te parece bien, que esto va en el sentido correcto?”
“No, nada.”
Se aleja un poco de mí. Percibo su lenguaje corporal resistente. Así que, agradezco su tiempo, y me retiro.
Regreso hacia este lado izquierdo del campamento. Paso el periodista que sigue arreglando su camera, y le pregunto sobre la situación. Me comenta algunos datos. Que hay entre 1500 y 1700 migrantes ahí. Reitera que efectivamente hace dos semanas pusieron la valla, que registraron los que estaban y emitieron un credencial para que se los presenta al entrar y salir. Le pregunto cómo lo ves, y me responde que está bastante complicado. Le digo que me recuerda los campamentos de refugiados de Europa, y concuerda. Le pregunto si ha hablado con los migrantes y dice que aún no, pero le gustaría. En este momento se acerca un hombre migrante:
“Oye, ya no hay paso aquí?”
“No, lo cerraron. Solo con credencial del campamento se entra y sale”.
Se mira angustiado frente a esto. Le pregunto:
“Estas buscando donde quedarte?”
“Sí, es que andamos buscando, y como vengo yo solo -sin hijo o familia- con mi amigo, no nos dejan entrar en los albergues, y los otro albergues de paga está bien sucios, lleno de bichos (muestra sus brazos), así que prefiero dormir en la calle.”
Lo miramos pero nadie dice más. El mira hacia el campamento, mira hacia los lados, y regresa con su amigo.
“Que canijo esta todo”, comento al reportero.
“Sí, está bien complicado.”
Me pregunta sobre mí, quien soy, sí soy periodista, y le digo que no, que vengo haciendo trabajo de campo de mi investigación de doctorado y le doy una pequeña reseña de mis labores. Me pregunta si no tengo tiempo para regalarle una entrevista, para tener la perspectiva de “un sociólogo que ha residido en Estados Unidos” - (él trabaja para un canal latinoamericano con difusión en Estados Unidos). Le digo que sí, y me puede esperar unos minutos, ya que pronto va al aire en vivo.
Me alejo para dejarlo seguir con sus arreglos de la transmisión, y también ahora pensar en esta oportunidad. “¿Qué tengo que decir? ¿Cómo decirlo? ¿Qué hay que resaltar? Tengo que aprovechar la oportunidad de levantar la voz sobre esto”, pienso. Veo un migrante pasar. Le pregunto si viene del Chaparral.
“Si”
“Oye, y cómo ves esto de la valla?
“Pues mal.”
"Y ¿por qué mal? ¿Qué es lo que no te gusta?"
“Es que ahora no dejan entrar a nadie más a quedarse aquí, y pues ya no podemos recibir a otros”
“Y esto del credencial, ¿como ves? ¿Te sientes más seguro, o más vigilado, como te sientes con esto?
“No, pues, está bien, ya no hay problemas aquí, ya las cosas están más tranquilas, y estamos más seguros.”
Sigo con la plática. Me dice que es salvadoreño, que ya metió sus papeles para el asilo en Estados Unidos y ahora le toca la espera. Él lleva dos años en Tijuana y 1 año en el campamento. Es una pelea constante con el tiempo, con la espera; cada día que pasa es un día más en situación de vulnerabilidad, de precariedad, y una piedra más en el camino del trauma que se inserta cada vez más profundo en la mente de cada uno de estos individuos. “Que injusto”, pienso. Pienso en los niños.
“Y ¿ahora dónde vas?”
“A buscar algo.”
“¿Es fácil encontrar trabajo?”
“No, no es fácil. Trabajo cuando puedo en lo que se puede”.
Le pregunto más sobre el trabajo. Me dice que busca trabajos diversos todos los días, pero como no tiene los papeles en orden (credencial mexicano, etc.) se le dificulta. Busca lo que se puede, haciendo un poco de todo. Le deseo mucha suerte, y nos despedimos chocando los puños.
Se me acerca el periodista y me pregunta si estoy listo para la entrevista. Digo que sí. Van a hacer dos vueltas de la misma entrevista, ya que él trabaja para dos canales de difusión de noticias en español y aprovecha la oportunidad de registrar las entrevistas para ambos canales. Me pregunta, “como sociólogo que he vivido en Estados Unidos”, que opino sobre
el campamento de el Chaparral;
las acciones del gobierno mexicana frente al asunto migratorio;
las lecciones que se puede trasladar de las experiencias migratorias desde Estados Unidos;
sobre el futuro del campamento.
Respondo críticamente; denuncio los abusos de derechos humanos de los migrantes cruzando la frontera sureña; de la imposición de nuevas formas de barreras a sus vidas como el enjaulamiento del campamento, de la necesidad de trabajar más allá del “Estado-nación” y adoptar una perspectiva más transversal, integral de las cuestiones de movilidad y migración.
Mi aportación puede ser encontrado en el minuto 1:26: Más de 700 personas impiden la reapertura del paso fronterizo en garita de Tijuana - YouTube
Intercambiamos agradecimientos, y contactos. Me dice que él trabaja y reside en la Ciudad de México y pues que nos mantenemos contacto. Nos despedimos y recuerdo que otro aspecto de estar aquí es hacer estas redes. Me voy con satisfacción de haber podido decir algo, en un espacio de difusión, e irme con un contacto periodístico que podrá ser útil para futuras colaboraciones y hasta puntos/fuentes de información. Dejo el Chaparral, cada vez más pareciendo un campo de refugiados en tiempo de guerra, de una cárcel improvisada, de esta vigilancia. Espero no llegar a verla como un aspecto normalizado del escenario de las formas de las experiencias de la migración, por aquí (y en ninguna otra parte).
Quiero recordar, constantemente, esta incomodidad, e indignación de ver esto. Recordar la tajante imposición de la inmovilidad a sus esperanzas de vida. No dejo de pensar en el término de “detener” y “arrestar”; un “criminal” es “detenido” y/o “arrestado”; la idea suele ser que con “detenerlo” en el tiempo-espacio, y sacarlo de la vista, de las condiciones de la sociedad, se “paga” su deuda con la sociedad… me pregunto ¿cuáles son las diferencias, digamos esenciales, entre la detención de un individuo y la contención del campamento? No me queda claro.
“...every question of migration and borders has to be rescued from the normalisations of technocratic discourses and rationalities, and rendered apprehensible as a question of struggle.” Nicholas de Genova, The deportation power
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