Son las 9 de la mañana, y me encuentro con un profesor antropólogo de la Universidad Iberoamericana, quien se encuentra en Tijuana por un periodo corto y tengo la fortuna de poder conocer la Tijuana con él, a través de su larga experiencia con migrantes y su perspicaz conocimiento de la situación. Lo veo saliendo de un coche, nos saludamos. Yo estoy bastante emocionado de tener a alguien -y ni más ni menos que un gran investigador en los temas migratorios- con quien compartir mis sensaciones, con quien entablar reflexiones y por supuesto una oportunidad única de aprender desde y a través del campo. Me siento afortunado. Hay una cierta descarga de pensamiento; tengo muchas ganas de halar, de decir todo, de poder sacar todo de mí y compartirlo, dejarlo fluir. Me siento más seguro; me siento menos solo.
Percibo que tengo las sensibilidades altas; que todo me conmueve, todo me hace sentir “demasiado”. Pienso que quizás no he trabajado el autocuidado lo suficiente.
“Regresando a la Ciudad de México, tendré que hacer una labor importante de sanar de mis experiencias y buscar mejores estrategias y tácticas del autocuidado mental y emocional para mis futuras inserciones”.
Miramos el avance de la limpieza de la plaza. Ya pasaron las escobas y están enjuagando la plaza con lo que aparenta ser una mezcla de agua y jabón. “Es todo un operativo”, pienso. Estamos en un intercambio de información como forma de conocernos. Son preguntas que buscan los “Qué”, “Cuándo”, “Cómo”, “con Quién”, y los “Dónde”. Decidimos ir hacia el Chaparral, y vamos caminando las calles que yo acostumbro caminar hacia el Albergue que yo he conocido y lo cual se ha posicionado como un punto de referencia para mí.
Mientras caminamos entre los espacios que suelo recurrir solo -entre las miradas de las sexoservidoras, los guardias de las cantinas y antros- veo un intercambio entre una chava y un policía de moto. Habiendo llegado a lo que parece ser el final de una discusión entre ambos -se da por entender que el policial quería/buscaba “levantar” (arrestar o sancionar) a la trabajadora por estar solicitando en la calle. Ella, muy coqueta con una lengua afilada, da la espalda al moto policía y entra al antro que está en la esquina, haciendo algún comentario que produce sonrisas y risas de algunos conocidos que están aglomerados en esta esquina. Seguimos el paso.
Llegando cerca del campamento de migrantes “El Chaparral”, paramos frente de una oragnizacion conocida con una manetal “Defend Asylum”, lo cual hay conocidos del investigador que trabajan ahí y es una oportunidad de saludarles y ponerse al día con los trabajos y la experiencia vivida desde aquellos que están trabajando el asunto de la migración -tanto desde la protección a migrantes, como asesoría legal, psicológica, médica, como también de solventar la alimentación. Están formados muchas personas de color de tez de piel obscura -supongo que son haitianos aunque no me aseguro. La fila, a estas horas todavía de una mañana “cualquiera”, da la vuelta de una entrada techada, con lo que parece ser entre 30 y 40 personas formadas.
Los primeros de la fila están teniendo sus documentos fotografiados, en lo que me parece es parte de la documentación del proceso que brindará más adelante, los funcionarios de la organización. Es un espacio delicado. Estar ahí, dentro de estos proceso de los migrantes, siempre siento que estoy invadiendo una cierta privacidad; lo sentí cuando visité el Chaparral por primera vez durante el mes de agosto, y tengo esta sensación nuevamente.
¿Cómo describir la sensación? Quizás es algo del privilegio que siento, quizás es parte de una cierta vergüenza asociado a este privilegio; pero también algo relacionado con la intromisión en un proceso delicado y sensible cuando mi posición no es así… hay algo íntimo en estas filas, en estos espacios; hay un tipo de dolor que permea todo; desde los anuncios que refuerzan los derechos que tiene uno (para que no te estafan, no abusan, no aprovechan de ti), de las filas (para ser atendido, orientado, admitido, escuchado), y los propios actos de estar en esta fila: papeles importantes, pasaportes, documentos. Todo indica una seriedad absoluta de circunstancias de vida; todos representan las más absolutas ganas y voluntad humana de poder sobrevivir en el mundo, y no reconocer este esfuerza -corporal, físico, y simbólico- parece ser deshumanizante, y reconocerlo tiene un efecto de acercarse a este dolor.
[Percibo que ando sensible, que me dejo sentir mucho por las formas de vidas de los demás; quizás estoy perdiendo cualquier grado de objetividad que traía, y quizás necesito encontrar las formas de centrarme nuevamente. De la misma manera que una brújula necesita ser calibrada de vez cuando, considero que yo también necesito pasar por un proceso de calibración. Hay una rabia ambulante en mí y las ganas de llorar son constante].
Esperamos bajo la sombra del edifico a que la persona conocida baje. Mirando y sitiendo este proceso me recuerdo que México, como suele ser las mayorías de los estado-naciones- ya ha transgredido los contornos impuestos por la noción del Estado-nación. Pasan quizás media hora y no ha bajado a nadie. Nos informan que la persona está ocupada atendiendo a migrantes, y no ha podido desprenderse de sus labores. Comprendemos, absolutamente, que la prioridad aquí es en atender a los migrantes, así que se agradece al vigilante quien proporciona esta información y nos dirigimos al Chaparral.
Ilustración 1. Asociación de apoyo, defensa y atención a migrantes "Defend Asylum", Tijuana, 10 de noviembre 2021
Llegando a el Chaparral por la misma entrada que realicé el día anterior, nos ponemos en la parte izquierda, contemplando, intercambiando ciertas impresiones; ya no hay otros “espectadores” aquí; somos los únicos “visitantes” de la zona. A nuestra derecha sigue dos patrullas policiales y tres policías vigilando y controlando el acceso al campo. Todos son hombres. Nos dirigimos hacia el otro lado del campamento, pasando por la entrada y las miradas furtivas de los policías, cuando el profesor se acerca a la entrada para sacar una foto y termina hablando con un policía. Yo no tengo confianza con la policía, y decido quedarme un poco más alejado para observar la interacción. “Quizás tendré que filmar algo, si la cosa se pone feo”, pienso. Me acerco a un paletero y compro una paleta de agua de limón.
Empiezo a preguntarle al paletero sobre la situación, empezando por lo que ya sé: desde cuando está cerca en el campamento. Me responde con el dato de: desde dos semanas.
“Está fuerte, no?”
“Sí”, me responde.
Busco tener un ojo en la plática que entabla el profe con el policía y buscar mantenerme con un perfil bajo hablando con el paletero.
Me cuenta que ya no hay haitianos en esta zona; que ellos eran muy problemáticos, que causaban “muchos problemas”;
“Cómo es esto de que causaban “muchos problemas”?”
“Como ellos no hablaban bien el idioma, no se les entendía y acaban teniendo muchas broncas.”
“Ah, y donde están ahora?”
“Los llevaron de aquí. No sé a dónde”.
“¿Entonces no hay haitianos aquí?”, le pregunto.
Y empieza a identificar diversos puntos de origen de la mayoría de migrantes, la mayoría mexicanos, pero también otros centroamericanos y también peruanos. Me lo dice apuntando a ciertos lugares del campamento.
“Oye, entonces los migrantes se agrupan por sus lugares de origen?” y apunto a los lugares, “Por ejemplo, allá están todos los michoacanos y ahí todos los oaxaqueños, etc.?”. Me corrigió de donde están los michoacanos y me afirma que así es.
Al largo de este día me entero de que los haitianos han sido realojados a una región cerca de Rosarito, en instalaciones más fijas y dignas. A mí me suena que quisieron sacarlos de aquí -de la vista pública- y especialmente de la potencialidad de ser un punto focal para los nuevos integrantes de la caravana de migrantes que viene cruzando México. Me parece que buscan la extinción pronta del Chaparral y evitar la aparición de cualquier campamento de migrantes en esta zona. A finales de cuenta, el campamento no es bueno para “el negocio del turismo”. Quizás hay que mantener todo “limpio” para que los extranjeros del norte pueden gastar, libremente y sin culpa, sus dólares en México, pero especialmente, en Tijuana.
(Nota mental: Tengo que ver como el gobierno local se promociona para los demás y especialmente para los; quizás ahí hay pistas de sus prioridades);
Ilustración 2. Una entrada entre policías y paletas: la nueva "orden" de el Chaparral
El paletero poco a poco me contará como migró en diversas ocasiones a Estados Unidos; que fue deportado en más de seis ocasiones empezando a principio del siglo XXI. Me dirá que dejó a sus hijos en Estados Unidos; me cuenta como ingresa por diversos puntos de la frontera que dependiendo de donde ingresas, llegar a un refugio de algún punto de alguna región urbana de Estados Unidos puede llevar entre 4 horas hasta 12 días.
"¿12 días? ¿Y como lo haces? ¿Tienes que llevar una mochila muy grande para poder quedarse en el desierto tanto tiempo, no?”
Me cuenta que lo más importante es el agua y el café.
“El agua se pone caliente rápido y beberla así es feo así que llevo café y con el agua ya caliente, lo mezclo. Sabe mejor y me ayuda a tener energía.”
Me cuenta como sabe identificar las plantas que, con abrirlas y masticar lo de adentro, te da azúcares y nutrientes que te permiten mantenerte vivo en este camino. Nunca utiliza las palabras “vivo, vida, muerte” entre otras de sus variaciones, pero su relato es un relato de vida o muerte, de sobrevivencia, de un conocimiento vivo de la vivencia de la superación de los límites del cuerpo frente a los elementos naturales y físicos. Se me olvida preguntarle sobre sus estrategias mentales, sobre sus emociones. No pensaba hacer una entrevista, pero toda plática termina siendo una entrevista. Aun así, durante todo tiempo, busco tener un ojo sobre cómo va las interacciones del profesor con la policía.
Le pregunto cuántas veces cruza la frontera.
“Normalmente, dos veces al año”
“En que fechas normalmente lo haces?”
“Depende. Pero por lo general en enero y después entre julio y agosto”.
“Y a qué vas? ¿Cuanto tiempo te quedas?”
“Voy a ver mis hijos que están en XXXX y me quedo una dos semanas normalmente”.
“Te sientes en peligro allá; vigilado o teniendo que cuidar tus salidas?”
“No, pero busco no meterme en problemas. No manejo por ejemplo”.
“Oye, y no te gustaría quedarte allá de una vez, ya que tienes facilidad con esto del paso?”
“No, no me gusta allá. La vida allá es muy apresurada; ganas bien pero también gastas mucho, y todo es trabajo. Si faltas en el trabajo, ya te mandan de regreso. Como que no pudieras enfermarte allá. Prefiero aquí. Es más tranquilo.”
Me cuenta, además, que se construye una aire y red de desconfianza entre todos allá. Me comenta que una de sus deportaciones provino por un compañero del trabajo que lo denunció como indocumentado. Me relata que la “Migra” lo presionó a delatar a alguien o ser él quien sería deportado, y es así que lo detuvieron, comprobaron que era indocumentado y lo regresaron a México. Agrega que se enteró que el mismo día, atraparon el compañero con quien supuestamente tenía una trato con la Migración y lo deportaron también.
Sus historias resuenan mucho con las historias que escucho de los migrantes: muchos de los migrantes mexicanos que ingresaron a Estados Unidos de forma indocumentado y terminan siendo deportados a Tijuana, dejan atrás a hijo e hijas. Muchos resaltan esta “verdad” de que se “gana bien pero también se gasta mucho” y que la vida allá es muy “apresurada”. El trabajo y la familia son, pelo menos, dos grandes temas que persigue la migrancia en este circuito sin fin de la migrancia mexicana de hombres mexicanos indocumentados.
Ilustración 3. La permanencia del trabajo y familia en las historias de migrancia de hombres mexicanos indocumentado y deportados en Tijuana
No me deja de sorprender como las historias de deportación están en “cualquier” parte de la ciudad; Todos parecen tener alguna historia relacionado con la deportación; el hombre en la baqueta, los que están en la plaza, en el parque, el chofer del transporte público, pero cuantos más?.
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