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Foto del escritorRenato Galhardi

Día. 37 (total 143). PARTE 1. Encuentros entre el cansancio, los traumas y las migrancia encarnada

Actualizado: 24 abr 2022

[Fragmento de diario de campo]


Parte 1.

A las 8 ya estoy en el centro. Necesito un café, porque no duermo muy bien aquí. Es Tijuana, pero también es donde me estoy hospedando. La cama es muy pequeña para mí, y es este tipo de cama con barandal en la parte superior como inferior de la cama, por lo cual no me puedo estirar en la cama y tendría que dormir con mis piernas dobladas. Termina siendo incómodo, por lo cual he encontrado la forma de dormir de forma diagonal, pero no resulta muy confortable. Reitero: necesito un café. Me dirijo a la panadería que conozco que me vende un café, fuerte, a 10 pesos. Es un lugar que encontré a través de migrantes en albergues. Con un café en la mano, me dirijo hacia el primer albergue que conocí en Tijuana, en la zona norte -zona, en conjunto con la zona rio, que concentran la gran mayoría de los albergues para hombres migrantes en la zona metropolitana de Tijuana.


Concentración de (la mayoría) albergues exclusivos para hombres en Tijuana


Tengo cita a las 9 con la organización “Comida Calentita” cuyo contacto me fue dado por la generosidad del coordinador del proyecto Humanizando la Deportación, con quien me encontré ayer y con quien estaré trabajando en los próximos días. Mi cita es las 9 y busqué llegar temprano, para ver -como siempre- el escenario de la mañana, de las formas de ser y estar. La mañana es un momento de mucha actividad, impulsado, también, por el hecho que los albergues para hombres migrantes suelen condicionar las estancias con una salida “forzada” del albergue durante el día, normalmente por ahí de las 7 de la mañana con el regreso permitido solo pasando -por lo general- las 6 de la tarde. En esta parte de la ciudad, ya cercano a la frontera y ocupado por mucha población desamparada, hay mucha actividad de personas yendo y viniendo -principalmente hombres que me figuran andan buscando sus dosis matinal de drogas.


(Al largo de mis estancias en Tijuana, he visto lo que me parecía un uso abundante de heroína, pero pienso que es más fentanilo que heroína. Índices del consumo de metanfetamina también es algo frecuente y ocurrente).

Una mañana "cualquiera" en el centro de Tijuana, 25 de marzo 2022.

Paso los antros con las sexoservidoras -permanentemente puestas en las calles que circulan y atraviesa la calle Primera, y me sigo hacia el albergue. Llegando temprano, me doy una vuelta para observar las actividades del barrio. En una de las avenidas principales pegadas al muro fronterizo veo a dos convoyes de la guardia nacional, parados, atentos. Me acerco para ver que está pasado. “Será que hay un operativo contra algún narcotraficante?”, me pregunto. Me pongo en la esquina, y prendo un cigarro. Saco mi camera y me preparo para registrar cualquier actividad. Saco una u otra fotos disimuladamente para no llamar la atención. Busco ser “apenas cualquier otro” en esta esquina. Algunos de los militares se bajan, mientras que otros vigilan la zona. Todos con sus ametralladoras en sus manos. Es una situación que impacta por su potencial de violencia, por su expresión del monopolio de la violencia del Estado. Fumo mi cigarro y busco ver que está pasando. Más atrás esta otro camión militar. Se acerca y se estaciona junto a los dos. Intercambian una u otra palabra, y siguen el paso.


Es cierto que desde que vine por primera vez en agosto del año pasado, pude percibir una presencia cada vez más visible de militares en las calles de Tijuana, siendo este mes, el mes cuya percibí la mayor frecuencia de vistas de militares patrullando las calles de Tijuana. No es casualidad. Se ha buscado “inyectar” la presencia del estado en Tijuana para combatir las olas de violencia que atraviesa las vidas -constantemente- de los que habitan, ocupan y transitan por esta zona fronteriza del planeta.


La guardia nacional en Tijuana, 25 de marzo 2022

Se van, y así yo también me retiro de esta esquina. En el entretiempo han pasado algunas personas, todos hombres, con sus respectivas presentaciones y apariencias del “peso” de las calles: esta apariencia de la mismidad de la suciedad, del riesgo, del abuso y de la determinación que las calles emanen sobre y desde ellas mismas: las calles, recuerdo, es macho.


Me pongo frente al albergue a esperar la “Comida Calientita”. Pasan 10 minutos de las 9 y empiezo a dudar si efectivamente estoy en el lugar correcto. Escribo un mensaje para corroborar que si es aquí, y me confirmen que estoy en el lugar acordado y que llegan en algunos minutos. Cercano a las 9h20, llega Esther Morales, la dueña de la tamalería “La Antigüita” y encabezada de la “Comida Calientita”. Ella viene acompañada de Robert. Nos saludamos cuando se estacionan, y nos presentamos en el albergue. Es siempre una sensación desoladora entrar a “este espacio”: un almacén repleto de tiendas de campaña donde “viven” familias. Hay más de 100 personas refugiadas en este espacio, y muchos niños y niñas. Los pequeños nos abrazan, corren entre nuestras piernas, llevan sus risas con ellos. Habiendo corroborado nuestra participación, pudiendo saludar al querido “Chema”, encabezado del albergue, y con quien tuve oportunidad de hablar el año pasado, empezamos.


Ponemos una mesa, y acomodamos las charolas de arroz y frijoles, olla de tamales, y el agua de sabor. Antes de que llegaran se acababa de ir un apoyo alimenticio; veo como acomodaban sus ollas y charolas de comida en un vehículo que tenía escrito algo con Scalabrini… Comento este dato a Doña Esther por si la “demanda” de comida es menor que esperado. Aun cuando ya se sirvió un “desayuno”, todos se forman para recibir un plato de “comida calientita”. Nuevamente, me posiciono para repartir arroz y frijoles, y regalamos “comida calientita”, primero a los niños y niñas y después a los adultos. Me sorprende que, aun cuando ya hubo un “servicio” de desayuno, todos se forman para comer nuevamente. La vida en los albergues es tan precaria. Pasando media hora, todos ya servidos, empezamos a recoger, y en este momento también se acerca Chema con quien entablamos una plática. Se muestra agradecido, y yo busco la forma de resaltar que yo apenas vengo apoyando y que quienes merecen el agradecimiento es la Doña Esther y Robert por el apoyo que brindan. A las 10 ya estamos afuera, habiendo dejando atrás a los niños y niñas, padres, madres, hermanos y hermanas, tíos y tías, y tantos otros migrantes en sus espacios pesados, de un tiempo intemporal de espera (Me recuerda el texto de Sharam Khosravi sobre la espera: “Wating”.). Afuera, ayudo a acomodar las ollas y charolas en el vehículo y combinamos de vernos por la tarde, en el restaurante de doña Esther, para irnos a un albergue más retirado hacer el servicio de “comida calientita”. Aprovecho el tiempo para concretar una cita con una colega de la Cátedra de las Américas, que también anda por Tijuana haciendo su investigación sobre el turismo médico transfronterizo. Noto que estoy cansado.


Quedo de ver la colega en una media hora en el Enclave Caracol, este espacio de autogestión y cooperativa que me figura como un buen lugar para apoyar, para disfrutar, y parte de mis preferencias de consumo (prefiero consumir con ellos que en un local de cadena, o más “empresarial”). Es un día muy soleado, y dando la vuelta a la calle del albergue noto que alrededor de 5 o 6 soldados de la guardia nacional están caminando sobre la banqueta inspeccionando algunos inmuebles y viviendas. Traen sus metralletas en mano, y su presencia me recuerda las imágenes de soldados en el oriente medio. Aquí también es Tijuana. Me alejo de ellos, pero busco tenerlos en la vista. Saco, nuevamente, el celular, caso necesito registrar algo. Me pongo en la esquina a verlos, mientras uno ingresa a una vivienda. Está justo entre dos calles en el cual se encuentra el albergue. Desde mi posición, puedo ver algunos drogadictos saliendo de un espacio que ingresé el año pasado por equivocación, lo cual deduce era un punto de venta de drogas.


[...]


Regreso, a paso rápido y determinado a tomar el transporte hacia mi hospedaje. Buscaré, nuevamente, dormir unas cuantas horas antes de regresar al centro. Subo al calafia con alivio, y cuando bajo, solo quiero que ya esté en la habitación, en la cama. No tardo en llegar y caigo en un sueño un poco inquieto pero que hace efecto. Cuando me despierto, con hambre además, me siento más coherente que antes. Me quedo un poco arrepentido de la forma que me presenté a la colega, por este “mal estar” de mi apariencia y capacidad cognitiva derivado del sueño, de un cansancio, casi crónico, que me rodea aquí en Tijuana.


(excerpt of) Waiting - A Project in Conversation edited by Shahram Khosravi http://cup.columbia.edu/book/waiting/9783837654585






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