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Foto del escritorRenato Galhardi

Día. 36. (total 142). Trabajo de campo en Tijuana: De la “vida loka” a la deportación

[Fragmento de diario de campo]


PARTE 1

Es un jueves. He visto constantemente más noticias de la llegada de refugiados ucranianos y rusos a la frontera mexicana de Tijuana. Creo que sería importante registrar las sensaciones y observaciones de más una faceta de las formas de posicionarse en el campo migratorio que atraviesa, completamente, a Tijuana. Tengo cita con otra cada de deportados y aprovecharé para irme más temprano para legar a “línea” y buscar escuchar las voces de los refugiados.


Tijuana, puerta de entrada a México, 24 de marzo 2022

Llegando a la línea, ya un poco más del medio día, veo un flujo mucho más diminutivo, tanto en términos peatonales como vehiculares. Me acerco a la fila de peatones formados para pasar, y camino hacia la entrada peatonal. He visto fotos que el campamento está en las partes inmediatas de la entrada, pero no me percato de ninguna tienda de campaña, de nada que me recuerda las fotografías e imágenes que he visto de este campamento. Voy caminando y veo que me estoy acercado a la entrada peatonal, y sin esta intención de cruzar (ni menos con el hecho que no traigo el visado conmigo) me detengo. Veo a un vendedor de churros y me lo acerco. Es un joven y le pregunto si ha visto el campamento de los refugiados por acá. A principio no me entiende, y le explico si no hay visto a los ucranianos por acá; “Que había escuchado que estaban por aquí”, le digo. “Ah, sí, pero no son ucranianos, son rusos, y ya no están. El gobierno lo llevó a otro lado”, me dice. Lo agradezco por el dato, y me retiro. Los llevo a otro lado – me pregunto a “que lado” los llevó, si no es propiamente “al otro lado” de esta frontera. La frontera es una expresión dinámica de las intenciones políticas y se mueve bajo esta pretensión de que la burocracia es universal; es de todos y para todos, cuando “todos” no son “todos”, sino“algunos”, y en muchos casos, “pocos”.


Me retiro de la línea y voy en dirección a la zona norte, a conocer un albergue diferente. Es una caminata que me lleva sobre la Calle Primera, ahora pasando la zona “habitual” que camino, yéndose a una zona que poco he caminado. Pasando las calles repletas de antros, cantinas, las sexoservidoras, los narcomenudistas, pasó un mar de gente que camina, muchos hombres -con sus respectivas mochilas- entre banquetas repletas de una diversidad de objetos a la venta. Paso mucho en una vida deambulante, entre personas tiradas en el piso, sobresaliente la imagen de un hombre tirado, bocabajo, en la baqueta, con una manta que cubre su cabeza y torso. Es una imagen que me recuerda las imágenes de cuerpos recién asesinados; es un tipo de muerte -definitivamente. Pasando unas cuadras más, el flujo peatonal ya se diluye, ya no estoy en el mero “centro-centro”, sino que ya alejándome de esta zona tan concurrida de la ciudad. En este camino, llego a la “zona” de las sexoservidoras trans; me susurran y me sonríen. Llegando a calles que dan de cara con el muro fronterizo, ya casi no veo peatones, más que algunos hombres que buscan cosas entre las bolsas de basura en las esquinas, los montículos de chácharas en dispersados en las calles. Paso un u otro perro, entre baches, suciedad, calles con la apariencia de una vida, suelta y desgarrada. Son casi una hora de caminata desde la línea hasta llegar al albergue, una casa humilde que se destaca desde lejos por sus banderas de México, Honduras, Estados Unidos e Israel, en una esquina despoblada y desértica.


Eternal beauty, Tijuana, 24 de marzo 2022

Me acerco al portón y busco hacerme conocido. No veo timbre, ni nada por el estilo para llamar la atención. En este momento, se me acerca un hombre, con una credencial colgada de su cuello, con el nombre del albergue. Le pregunto si es parte del albergue, y me dice que sí. Me presento con el dicho introductorio de siempre: “Ah, pues mira, mi nombre es Renato… soy estudiante de la universidad…. (enseño credencial)… estoy aquí porque…. Así que me gustaría la oportunidad de conocer…”. Me dice que tengo que solicitar el permiso de ingreso con la encargada, que grite por el portón para que la llame. Así que me acerco, nuevamente al portón, y grito “buenas tardes, buenas tardes”.


Espero. Pasan los segundos y miro hacia el hombre a mi lado, como forma de averiguar su reacción frente a mi acción, a ver si me dice algo sobre la manera que estoy buscando llamar la atención. Al momento que volteo y me acerco hacia el hombre para indagar un poco más sobre su historia, quizás es una historia que envuelve la deportación, en estos momentos que me propongo a hablarle, escucho una voz por algún interfono que no ubico. “Sí, buenas tardes”. No logro percatarme de donde proviene el sonido, pero hablo fuerte por la puerta, introduciéndome, nuevamente, a la “voz” del albergue. Me dice que solamente se me puede atender mediante una cita. Le pregunto si puedo hacer la cita en este momento, y me dice que sí. Sugiero venir mañana, el viernes, pero me dicen que efectivamente solo el viernes no hacen citas (más adelante, me dirá por qué), y entonces sostengo una cita para el sábado que entra. Quedamos que al medio día, estaré ahí.


Con esto, me volteo, y me acerco al hombre con cuál platiqué al principio. Me pregunta qué pasó, y le digo que no se pudo hoy, pero que sábado regreso. Nos quedamos ahí mientras busco arreglar mi mochila, y aprovecho para preguntarle si también se hospeda en el albergue. Me dice que sí, que es un deportado y que aquí se está quedando. Le pido si me puedes platicar un poco de su historia, y me dice que si, y le pido permiso para grabarle, y también concuerda. Lo que sucede es una entrevista muy caótica, una narrativa digamos rizomática (a la deleuze), con hilos conductores desmembrados, sueltos, esquizofrénico y ambulantes. Se llama XXX, tiene casi 40 años y hace casi 10 años está en Tijuana, como deportado, viviendo en el albergue después de haber pasado años en la calle. Me dice que tiene unas semanas en este albergue.



“Cuéntame un poco tu historia”, le digo

y me cuenta que nació en Tijuana, proveniente de un ambiente pobre y violento.


Acudió a la escuela, pero no tardó dejarla por la “vida loka”; ya en su adolescencia empezó a traficar armas y drogas por la frontera, haciendo pequeñas entregas para algunos cuarteles.


...Pasó años haciendo esto, llevando cocaína y armas por la frontera, hasta que lo agarraron y pasó casi mitad de su vida en la cárcel. Desde este punto, todo su relato se base en comida y las normas de vivir en la cárcel. Enfatiza los ingredientes de las tortas, de los desayunos, que recuerda que tenía en casa esta y aquella comida, este y aquello producto…


...me habla de leche, de carne, de postres entrelazados, con tener que cuidarse de otros, que te puede matar, que mataron a su amigo, y ahí regresa a la comida, las hamburguesas, para entonces decir que estuvo a punto de morir en las calles de California, que lo tenía con una pistola en la cabeza, pero que no solo fue amenaza, pero que “no tengo miedo de morir, ni de matar”...


...Más comida, y drogas –“la flaca”- y regresa a la cárcel, a las armas…


Son casi 1 hora de una narrativa que salió, sin medir tiempos ni palabras, sin espacio para que pudiera dirigir la plática, hacerle una pregunta, una precisión, fue casi una hora de que me contará lo que a él pareció ser lo más representativo de su historia, de su biografía. Es una historia intensa, fuerte, lleno de pistas de cómo es la “vida loka”. Pasando la hora, se detiene y me dice “ya, basta de grabar, no?”, y yo le digo, rápidamente, “claro, claro, muchas gracias”, y retiro el micrófono que había puesto en su cuello.


Le agradezco su tiempo, y le digo que quizás lo veo el sábado. Le ofrezco una manzana y nos despedimos. Regreso, como suele ser, bajo la nube de la narrativa, de la historia, del trauma. La visualización, las imágenes que se construyen sobre lo dicho, este énfasis en la comida, los peligros, riesgos y las formas de la “vida loka” me altera. Camino casi sin percibir donde y como camino; camino con la historia puesta, atravesada por mí, pasando este espectáculo del capitalismo de la frontera que corre por las venas de Tijuana. Regreso a mi lugar de hospedaje exhausto. Busco dormir un rato, quizás comer algo, porque en algunas horas tengo otra cita en otro lado, con otras realidades que se asemejan y se multipliquen.

[...]


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