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Foto del escritorRenato Galhardi

Día. 28. (total 133). Trabajo de campo en Tijuana: Voces desde albergues.

[Fragmento de trabajo de campo]


>preambulo

Con la multiplicación de las noticias sobre los refugiados ucranianos llegando a la frontera de Tijuana, busco documentar lo dicho con mis propios ojos; con mi propio cuerpo. Llegando al “centro-centro” me dirijo a la “línea”, lugar donde las noticias han dicho se encuentra “el campamento de refugiados ucranianos”. No deja de ser interesante, sino también irónico, que el gobierno municipal de Tijuana buscó desalojar el campamento de migrantes del Chaparral

[siendo que argumentaba que era por cuestiones “humanitaria” y de “salubridad” -cuando las propias organizaciones de apoyo a migrantes como mis propias indagaciones indican que no hubo una reubicación adecuada, y que michos migrantes se dispersaron por la ciudad en búsqueda de un refugio (todo parte de la estrategia del gobierno de “limpiar” la imagen de Tijuana -es decir- retirar la “basura” y lo “indeseable” de la vista del turista; vivir bajo la ilusión)].

Y ahora se instala un nuevo “campamento” de migrantes. Pero hay una diferencia tajante entre la percepción de los refugiados ucranianos y los refugiados haitianos, centroamericanos y de países parte del Sur Global. Las narrativas que han surgido acerca de la necesidad de ayuda de los refugiados ucranianos demuestran el doble discurso y la doble moralidad de los Estados frente a casos de migración forzada, por un desplazamiento “necesario” que huye de la violencia, de la pobreza, de la subyugación, de la humillación, de la amenaza de muerte, del maltrato, y tantas otras formas de mantener subordinando el sujeto. Pero como son personas asociadas a este imaginario de la “pobreza”, impulsado por las perspectivas desarrollistas de meados del siglo pasado, que se junta con las posturas -aún existentes- de que “el pobre es pobre porque quiere”, el refugiado de ucrania es “merecedor” de más apoyo que el de Guatemala, digamos.


El discurso es tema de una investigación más a fondo porque definitivamente revela las intenciones del Estado de preservar su imagen en alianza con ciertos grupos que, en esencia, se difieren por una cuestión étnica, geopolítica, y mediática. El racismo es algo impregnando en la estructura de la institución del Estado, como parte de la idea de una inclusión exclusiva en base de la mismidad, de la representación, y de la intencionalidad. Es, en su fondo, la proyección de ser, y parecerse a algo, por lo tanto, el Estado ve poca ganancia en fortalecer cualquier alianza con el apoyo humanitario, legítimo y necesario, con poblaciones migrantes de países con altos índices de pobreza, como suele ser los países de Centroamérica.


Ilustración 1. "Jesús tatuado", centro de Tijuana, 15 de marzo 2022

[...]


Enmarcado en este contexto, esta lógica e intencionalidad, llego a la garantía de San Isidro y me subo al puente que cruza los carriles que me permite una vista “panorámica” de la frontera. Busco ver una aglomeración que puede parecer un campamento, alguna actividad que se diferencie de la monotonía de los pasos repetitivos de los vehículos por la frontera y los pasos lentos de los que buscan cruzar a pie. No veo a nadie ni a nada. No encuentro actividad que me puede indicar una agrupación de refugiados; no veo banderas ni periodistas, no veo cameras ni funcionarios de organizaciones; solo veo la cotidianidad de una frontera en un día “cualquiera”. Bajo el puente y me acerco a la fila de peatones. Miro hacia los lados y no logro distinguir nada fuera de lo normal. Decido irme a mis otros “espacios”, y buscaré averiguar esta situación más adelante. Regreso, entonces, al “centro centro”.


Ilustración 2. La plaza de la catedral metropolitana en el centro de Tijuana, 15 de marzo, 2022

[...]


En la calle caminan gente mirando los puestos, otros con apariencia evidente de drogadicción, otros sobre la banqueta, mientras paso algunos terrenos baldíos, ferreterías y tiendas diversas. Me doy una vuelta en la esquina, siguiendo una ruta del Google Maps. Acercándome a donde debería estar el albergue -de acuerdo a Google maps- no encuentro nada más que casas con aspecto muy residencial. Camino un poco más para averiguar las fachadas de los inmuebles que se encuentran en la calle, para asegurarme de que efectivamente no está. Llegando al final de la calle sin poder comprobar el espacio, me quedo frustrado con el Google Maps, ya que no es la primera vez que me manda a lugares que no son. Veo una persona barriendo la calle, y me acerco. “Buenas tardes, disculpa. Amigo, disculpa”, digo, en búsqueda de llamar su atención. Veo que la persona está muy metida en la limpieza de la calle. Me acerco un poco más y hablo más fuerte. La persona se voltea, y le explico que estoy buscando un albergue por aquí, y me dice que ya no existe este albergue, pero que hay otro bajando y dando la vuelta. Le agradezco no antes de tomar nota de su apariencia.


A principio solo vi la persona del lado y mayoritariamente con su espalda hacia a mí. Trae unas bermudas de mezclilla y una playera. Es de una estatura de aproximadamente 170 a 175cm y trae el cabello negro, corto, casi rapado. Cuando me aproximé, todo me indicaba que esta persona era un hombre, pero al momento que volteo y me dirigió la palabra, me percato que era una mujer. Había notado este dato anteriormente, que las mujeres en la calle buscan -de cierta forma- disimular la feminidad de sus cuerpos -no traer el cabello largo, no vestirse de forma que pudiera indicar una feminidad- más bien buscan una similitud representacional de la calle -el macho, el hombre, el varón; los que exaltan características comunalmente asociadas a la feminidad de la mujer: cabello largo, maquillaje, faldas y vestidos- son las sexoservidoras. Un solo otro elemento que he visto son los travestis, que caminan con una presentación bastante acentuada del género. La calle, retiro, es macho, y si no vendes sexo, mejor disimular cualquier atributo que puede indicar algo más que “hombre”, que “macho”. Ser mujer en la calle es una acentuación de la vulnerabilidad; de estar expuesta -además de otras violencias- a la violencia sexual.

Ilustración 3. El recorrido del 15 de marzo 2022.

Encuentro el Albergue XXXXX una asociación civil que da refugio exclusivamente para hombres migrantes, activo desde 2007. Me acerco a la puerta, y veo a un espacio relativamente amplio, iluminado, y dos hombres platicando y comiendo en una mesa al lado. Uno me mira rápidamente, pero regresa a su plática. Pego una parte del portón de metal con mi mano acompañado de un “buenas tardes” fuerte. Me miran, y se me acerca uno. Me pregunta quién soy, a que vengo, y le digo lo “de siempre”, le digo esta narrativa ya tan memorizada de que soy estudiante de XYZ y que vengo a hacer ZYX etc. etc.…


Afirma con la cabeza mientras le explico mis razones y me pide permiso para ir hablar con otro encargado. Se aleja y me dice que hay una persona de Guadalajara que es migrante, y apunta hacia una esquina del piso de la antesala, y si me gustaría hablar con él, le digo que sí, entonces se va hacia atrás y empieza a comunicar la información a otro. Dice que soy “estudiante de la universidad”, grita, y con esto se me acerca otro hombre, con una apariencia más robusta. Le digo lo mismo -lo mismo de siempre- y me pregunta, concretamente, que quiero. “Quería conocer un poco del trabajo que hacen”. Me pide entrar por la puerta al lado, una puerta estilo portón que da al patio del edificio, al lado izquierdo de la entrada “principal”.


Lo sigo por las ventanas, mientras él se desplaza hacia el patio y yo hacia la puerta. Me detengo un par de segundos buscando entender el mecanismo. Él me guía con un par de instrucción, y cuando logro abrir me dice “ves cómo puedes”; entro con una sensación un poco de vergüenza -de que me tardé en abrir la puerta; de que soy tonto; de que soy menos que otros- es una sensación que entra y sale rápido, y cuando cierro la puerta, ya estoy ocupando mi mente con el espacio, con las personas, con los detalles. Me dirige hacia el fondo del patio, pasando un vehículo estacionado, dos lavadoras, dos puertas -una abierta con vista a un dormitorio con varias camas y otra cerrada, y se sienta en una silla mientras me muestra una silla para sentarme.


Me siento a gusto, en un ambiente informal, como si estuvieran en un patio de algún pueblo imaginario del “country” de Estados Unidos… un patio con sillas mecedoras donde uno se sienta con té helado viendo el atardecer con el ruido del viento sobre el pasto.. bueno, en vez de pasto aquí tenemos asfalto, en vez de viento tenemos el humo de cigarro, y en vez del atardecer tenemos el sol radiante.


Veo a dos gatos deambulando. Me pregunta qué quiero saber. Y así, entro.


[...]


Ilustración 4. Arte callejera, centro de Tijuana, marzo 2022.


Me explica el funcionamiento del lugar, de que busca dar refugio a hombres migrantes, que es un espacio para solo hombres, que hay muchos hombres migrantes, muchos deportados que caen en la drogadicción, que son abandonados en la calle, y el albergue busca aliviar un poco esto, busca dar un espacio para que salen de las calles, para que “salen adelante”. Me dice que hay entre 70 y 80 personas en albergue y están aproximadamente 40 “arriba” y los demás abajo, con un recamara exclusiva para ancianos y cuidados especiales. Le pregunto sobre los de “arriba” -refiriéndose al segundo piso del albergue, un espacio reconstituido en dormitorios con baños en el techo del inmueble. Me dice que ahí se quedan los “locos”, los muy “alterados”, pero que hacen algunos meses ya están buscando expulsar a todos aquellos que transgreden las reglas que incluye no estar y usar drogas y alcohol dentro del albergue.


Me cuenta que es importante que “ellos se mantienen ocupados”, así que se busca incentivar que ellos van a buscar trabajo, van a buscar ocupaciones, y si no pueden que trabajan en algo del albergue. Lo importante es que se mantiene ocupado, porque, al final,

“un albergue”, me cuenta, “tiene que ser temporario”.

Concuerdo plenamente con lo que me dice.


[...]


Él dejo a seis hijos en Estados Unidos, siendo el más pequeño de apenas algunos años. Algunas veces al año vienen a Tijuana para pasarle un rato junto. Me enseña fotos de sus hijos; presume sus logros, sus conquistas. Pasan casi una hora, y la plática llega a un fin “natural”. Durante la plática hay poco movimiento, hay mucho silencio.


Es un ambiente ordenado, solidario, y solitario. Me levanto con el agradecimiento de que me concediera una plática, que me regalara un poco de su experiencia, que me contara su historia. En este momento, viene entrando otro hombre.


“Ah, aquí viene el dueño”, me dice.


[...]


El dueño me cuenta la historia de cómo se fundó el albergue; una historia de solidaridad con el prójimo, con los que “no tienen nada”, con aquellos que se encuentran en las calles, en situaciones vulnerables. Me dice que vio la necesidad de poner un “techo para los que están en la calle, con hambre”;


“la casa es para ellos”, para darles “una casa digna” para descansar.

Me comenta que recibe donaciones de dispensas que satisfaz las necesidades alimenticias del albergue, y en muchas ocasiones se lo distribuye a otras iglesias para que pueden aprovechar la comida. Me comenta que en este albergue no se busca lucrar con el exceso de comida, con las donaciones. Me dice que “aquí, regalamos la comida, no como en otros lados que lo venden”.


(paréntesis)


[Yo no sabía de esta tendencia, y mi recorrido al largo de la semana me dará cuenta que esto es una tendencia mucho más común que aparenta, que no solamente se restringe a comida sino que a muchos otros ambientes que buscaré detallar en otro espacio. La economía política de los albergues merece ser tratado en un espacio propiamente dedicado al tema. En esto llegaré. Por ahora, regresamos.]


(entra)


Me comenta que se solicita una cooperación de los que están para pagar los gastos del albergue, en este sentido les cobran la estancia como también el uso de la lavadora, secadora, para que pueden seguir proveyéndoles los servicios del albergue que incluye agua, regadera, limpieza de los espacios comunes, de los baños, de los productos para los baños, para la limpieza, etc.


[Los albergues exclusivos de hombres, me voy dando cuenta, cobran las instancias mientras que los albergues mixtos -hasta donde he visto- brinda un servicio y apoyo sin condicionando de cooperación…será que todos son así? Cuál es la explicación atrás de esto? Será que consideren que el hombre -a diferencia de mujeres- andan solos, sin familia o pareja y por lo tanto tienen más capacidad potencial para encontrar trabajo? Será que por ahí va el argumento; la razón?]


El dueño me revela otro dato (que no divulgaré aqui, seguiré buscando corrorborarlo antes).


[...]


Me comenta sobre sus planes para el albergue, los arreglos necesarios, faltantes y previstos. La idea de hacer un espacio para que los migrantes pueden “pasar el tiempo”, para así ocuparse y evitar que (re)caen en la drogadicción. El dueño resalta la temporalidad del albergue, que el albergue no busca ser un espacio permanente, sino un espacio para ayudar para que todos pueden lograr sus propios espacios de vivienda, de trabajo, de inserción plena en la sociedad.


Agrega que aquí en Tijuana, “la condición de la drogadicción es inhumano”, que muchos “vienen a morir aquí”.

Me dice que el trabajo que emprende con la labor del albergue lo hace “sentir bien con lo que estoy haciendo” y que los migrantes como “como una familiar”. Me dice que aquí se encuentra “todo el rancho” y que aquí “no falta a nadie”. Es un espacio, me comenta para que “no te sientes aislado”, para que tengas “compañía”.


[Es interesante este último comentario porque no hay muchos tiempos para la socialización en el albergue: están afuera la mayoría del día, regresan para comer, y a partir de las 10pm es silencio y dormir. No obstante, me parece que aun cuando el tiempo potencial para la compañía es pequeño, el simple hecho de tener un lugar previsible, y estable para regresar representa un camino hacia la estructuración durable de una imagen comunitario. Por ahí Benedict Anderson podría iluminar un poco más sobre “las comunidades imaginarias.]


[...]


Hemos estado hablando por más de una hora, siendo que he pasado casi 3 horas ahí con ellos. Me he sentido no solamente acogido pero agradecido del trabajo que hacen, de que me pueden regalar sus experiencias e historias. El dueño me comenta, cuando ya nos estamos despidiendo, que espera comprar un terreno pronto para hacer un espacio para familias, para que “no estén separados”. Me comenta en donde será y como lo visualiza. Enfatiza que para él es importante que se capacitan a los migrantes para que tengan las capacidades de encontrar trabajo y “salir adelante”. Es un proyecto noble que enfatizo, que justamente falta mayor capacitación a los que buscan su inserción laboral en Tijuana. Le deseo mucha suerte y mucho éxito. Salgo del albergue sintiéndome agotado.


El día esta soleado y hace mucho calor. Sudo de las manos. Camino hacia el punto de salida de los “calafias” que me pueden llevar hacia mi hospedaje, en esta “otra Tijuana” cerca del mar. Paso a los drogadictos, a los hombres vestido como adolescentes en bicicletas o muy grandes o m uy pequeñas para ellos. Camino las banquetas con las sexoservidoras, los vendedores ambulantes, los turistas, y los migrantes. Ha sido un día provechoso, de buenos datos e información. Quiero llegar a mi hospedaje para tomarme un baño y cambiarme de ropa. Pienso en todos aquellos que no pueden hacer esto, que son condenados a la calle y la calle es pegajosa. La calle es pegajosa, resalto. Si uno queda demasiado tiempo en la calle, ya se dificulta salir, desprenderse.


Subo el calafia y voy rumbo al mar.


Ilustración 5. Se busca visa extraviado, zona Playas de Tijuana, marzo 2022






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