[Fragmento de diario de campo]
Llego a la playa, necesitaba caminar, despejar la mente. Aunque no hago nada más que mirar en la playa, me ayuda a pensar en otra cosa, en estar en “otro lugar”. Son un poco más de la 1 de la tarde, y he estado toda la mañana escribiendo. Se siente bien caminar. Llegando al faro de playas de Tijuana, una zona que colinda con el muro fronterizo, me pongo a contemplar el mar y la vigilancia constante de la frontera, de los helicópteros que nos descansen en sus recorridos del territorio “vacío” que existe entre la zona metropolitana del condado de San Diego y esta valla que determina el inicio (y un fin) de Tijuana.
La frontera México-EEUU desde Playas de Tijuana, 4 de marzo 2022
Mirando el mar, se me acerca un joven hombre, que me pide una cooperación, un apoyo, y en seguida me agrega que “es que recién me deportaron”. Busco alguna moneda, pero dejé todo en la casa, solo traigo mi cartera con algunos billetes. No pensaba quedarme mucho tiempo y tampoco comprar algo; tenía una intención muy fija de que solamente iba a “dar la vuelta” para “despejar la mente”. Le pregunto si tiene hambre, y me dice que sí, y le digo que voy a comprarle algo de comer. “Quizás así me puede contar un poco de su experiencia”, pienso. Voy buscando algo para comprar, paso un carrito de salchichas y le pregunto en cuanto están los hot dogs, y me comenta los precios, pero me dice que aún no hay nada listo, que empieza a cocinar en una hora. Sigo el camino. Hubo un corte de luz en la zona, y todos los restaurantes y cantinas están operando a media capacidad, mientras que algunos han cerrado temporalmente. Pasando unas cuantas cuadras encuentro un puestito de tamales, abierto y en pleno funcionamiento, y compro un tamal. Voy regresando y pensando en las formas de entablar la plática con el deportado cuando de pronto lo veo caminando en el sentido contrario. Me lo acerco y digo “carnal, te compré esto”, y le entrego el tamal. Me lo agradece.
Le pregunto -como forma de empezar a platicar- que “entonces fuiste deportado?”, y me contesta que sí. Seguimos caminando en el sentido que venía el deportado. Le pregunto si me da la oportunidad de grabar el audio de su historia, que soy “XYZ, y que estoy aquí en Tijuana haciendo ZXY…”, ese discurso tan reproducido e internalizado que tengo para entrar en los “mundos” de los demás aquí en Tijuana.
Me mira con cierta desconfianza, y me dice que prefiere que no le grabo, que le da pena su historia, y no le gustaría que su historia llegara a su familia en Chiapas. Guardo el celular, y le digo que no hay problema, que no es necesario que lo grave, que simplemente me gustaría conocer su historia.
Me dice que tiene menos de una semana de Tijuana, que es originario de Chiapas, y que hace siete meses ha estado detenido por el delito de cruce no autorizado (“ilegal”) y apenas va saliendo, como deportado, y a Tijuana llegó.
Le pregunto sobre “su historia” y me dice que tiene mucha pena, que su historia “no vale nada”.
Me dice que “tiene vergüenza” de su historia, y es por esto que aún no regresa a Chiapas, que no quiere -no puede- regresar “sin nada”; ahora busca hacer su vida en Tijuana, para poder regresar “con algo”, y no piensa en internar llegar a Estados Unidos nuevamente porque no quiere regresar a la cárcel. Dice que “fue muy duro” su detención, los meses que pasó allá.
Me dice que ahora buscar ganar algo para sobrevivir los días, vendiendo cruces hecho de palma, porque no quiere robar. Me dice que quiere ir a Ensenada a buscar trabajo allá. Le pregunto si se queda en albergues y me dice que no, que duerme “por aquí”, y “en la playa”. Me dice todo esto mientras caminamos y, llegando a un punto de la playa, me dice que va “arriba” y señala los cerros que dan las espaldas al mar. Le agradezco su tiempo, le deseo mucha suerte y nos separamos. Yo regreso a la playa mientras él cruza la calle hacia los cerros.
"Repatriate", Playas de Tijuana, 4 de marzo 2022
Donde sea que uno busca, las historias de deportados están en todas partes por aquí. La vergüenza, la pena, la sensación de fracaso, son algunas de las emociones que recorren el cuerpo de los deportados, dentro de momentos de esperanza blindada por una determinación de “salir adelante”. Así, Tijuana es un espacio que permite “probarse” a uno mismo, es decir, buscar la forma de levantarse frente al “fracaso” de haber sido “expulsado” de Estados Unidos. Por lo tanto, muchos de los migrantes con experiencia de deportación resaltan la necesidad de trabajar, de trabajar, y de trabajar. Aquí es el momento de trabajar, porque -parece- que la dignidad y la autoestima proviene del trabajo, de la remuneración; es un recuerdo de la vigencia de esta vieja axioma dicho por Marx: “el trabajo dignifica al hombre”.
Tijuana se vuelve uno de los primeros bastiones para poner en práctica este dicho; buscar trabajo, buscar la reivindicación de la condición de dominación bajo la imposición de adjetivos y sentencia como “deportado”. Como me indicaron mis entrevistas con migrantes, hay que trabajar: hay que talonear.
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