Parte 1
[Fragmento de trabajo de campo]
[...]
Se escucha ruido de adentro, mesas que se mueven, voces de niños, niñas, mujeres, hombres. La puerta está entre-abierta, así que la abro un poco más y, mientras entro, voy sacando mi gafete -ahora permanentemente colgado en mi cuello como “credencial”, como “evidencia”, como “validación”.
Entramos.
Al entrar nos encontramos con este escenario permanente: tiendas de campaña puesta en filas en el área más amplia del albergue, mientras que una mesa a nuestra derecha funge como espacio preambular: A nuestra izquierda, hay una dispensadora de agua, y un poco más adelante, varios niños están mirando una pantalla, pasando algún video de animación para un público infantil. La mayoría se ve que es de tez de piel obscura. A nuestra derecha inmediata, hay dos mujeres -jóvenes, de camisa roja- mirando hacia adelante. Les pregunto si son del albergue, y me dice que no, que vienen de Save the Children. Aprovecho para corroborar el trabajo que hacen aquí, con qué frecuencia acuden, y me dicen que buscan implementar protocolos y proyectos de educación en movimiento, de buscar las formas de inserción de los niños en actividades educativas, de programas educativos. En esto se acerca una encargada, nos introducimos, y se muestra muy atenta y dispuesta en a nuestras peticiones.
Solicitamos, de ser posible, la entrevista con migrantes con características X Y Z -en mi caso hombres migrantes y el caso de la compañera, migrantes centroamericanos y venezolanos. Mira hacia atrás y nos piden esperar unos minutos, va a ver si hay alguien que nos puede platicar. En esto, sacamos unas sillas y las ponemos en forma de círculo, en espera a quien se presenta, para ver la posibilidad de platicar y conocer sus historias.
Se presenta un hombre joven, de cubrebocas, camisa estilo polo, pantalones de mezclilla, y gorra. Mira un poco hacia nosotros sin saber bien que hacer, quien es quien. Yo me levanto y le saludo, le comento de mi proyecto -evitando decir que soy investigador y que estoy investigando, sino que soy estudiante, estudiando.
#1.
Es un joven que ahora se encuentra en el albergue hace una semana. Está con su esposa y tres hijos. Me cuenta su historia -esta historia- de la migración clandestina, indocumentada, hacia Estados Unidos. Se detiene en detallarme los detalles de cruzar, por la noche, la frontera. Me cuenta como tuvieron que esconderse de la migra, que la migra casi los agarran, que agarraron a muchos pero a él no; que él logró escapar. Me cuenta de sus experiencias en Estados Unidos -esta otra historia- de las dificultades ahí, de la vida reducida al trabajo, de la explotación laboral y explotación de su condición de indocumentado. Me cuenta que regresó a México, después de dos años y medio, que ya no le gustaba, que no era lo que pensaba. Regresó a Michoacán, pero huyó por la violencia. Me dice que “nunca pensé que iba a estar en esta situación”. Me lo cuenta todo con una mirada furtiva, con sus ojos temblando -recordando- las experiencias. Se siente su temor, su miedo; Se siente responsable por su familia. Hay muchas pausas en su relato… lo veo recordando, reviviendo las experiencias que le he solicitado contarme. Le agradezco, sinceramente, que me haya compartido su historia, sus relatos. Lo deseo lo mejor, mucho éxito, y le aprieto la mano, con mis dos manos. “Gracias por compartir un poco de tu corazón conmigo”, le digo. Él me regresa el agradecimiento por haberle escuchado… me sorprende el comentario, pero se agradece también. “Muchas gracias, amigo. Un abrazo a ti, tus hijos y tu esposa”. Se levanta y se va.
[...]
Me quedo sentando, digiriendo lo acontecido. Busco hacer una u otra nota, mientras verifico que la grabadora guardó bien la entrevista. “Sí, la guardé”, me fijo.
(Hay un temor latente que siempre voy a perder estos datos que lucho tanto por registrar y busco mitigar esta ansiedad con asegurarme, periódicamente, que tengo un respaldo de todo, que el registro no se van a perder).
En esto, se me acerca otro hombre, con las mismas incertidumbres figurativas en sus gestos, con acercarse a la “rueda” hecho de sillas. Me levanto nuevamente, y me presento. Le repito mis intenciones del propósito de la escucha, de que busco contar las historias de migrantes, etc.… me dice que no es migrante, que está en el albergue por enfermedad. Me tomo dos segundos para tomar una decisión: (i) por un lado, podría bien escuchar su historia y darle esta oportunidad de platicar, de tener un reconociendo aun cuando no figura como parte de mis objetivos, o (ii) agradecerle y lamentar que no es la figura de interés de la investigación…. Decido ir con la verdad, y decirle que lamento, pero que estoy buscando hablar con migrantes… me siento horrible en decirlo, así, como si aquí fuera una entrevista y tuve que decir que no es candidato… tengo que reflexionar sobre cómo actuar frente a estas situaciones… quizás en el futuro tengo que tener más presente que hay que escuchar las historias, aun cuando no se apegan al tema propiamente… no puede reproducir las formas de invisibilizar los sujetos en estos espacios de vulnerabilidad… cometí un error… espero no comentarlo nuevamente.
Me acerca otro joven -no más de 20 años me parece- de camisas de cuadros, pantalón de mezclilla, cubrebocas. Trae las manos de ambos brazos tatuados, con los tatuajes subiendo sus antebrazos. Se me acerca, y me levanto y hago la misma rutina. Me dice que él nunca ha migrado, pero que ya metió papeles de asilo político. Me cuenta su historia.
Es de un pueblo de Michoacán. Está en Tijuana con su hermana y sobrina. Vinieron huyendo de la violencia allá. Hace una semana que está en Tijuana. Me cuenta como hace meses, el cartel -los narcos- empezaron a asesinar sus familiares y amistades. Que buscaban intimidar la población, hacerse saber que aquí mandan ellos. No me explica bien por qué, pero poco a poco todas sus amistades fueron apareciendo muertos, expuestos en la calle; en pedazos, en bolsas de plástico, tirados… empezaron a matar sus familiares. Me cuenta como poco a poco casi toda su familia fue asesinada por el cartel… sus hermanos, tíos, tías; su madre. El día que decidieron salir del pueblo en Michoacán fue cuando un grupo armando entró a fuerzas a su domicilio que comparte con su hermana y sobrina. Ellos estaban cenando cuando ocurrió esto. Les amenazaron de muerte, y “aprovecharon” de su hermana. Esta misma noche, agarraron lo que pudieron, principalmente los documentos, y se fueron de allá. Dejaron todo. Llegando a Tijuana buscaron la forma de pedir asilo político, porque no quiere más vivir en México. Quiere paz; seguridad. Trae fotos de todos sus familiares muertos, amontonados, descuartizados, como pruebas de lo sucedido. Tendrá que ir explicando los hechos, una y otra vez, con fotos y relatos, para que su proceso sea escuchado. Tendrá que "revivir" constantemente esta tragedia que asombra su vida, la vida de su hermana, de su sobrina... la vida de todos.
Pasan veinte minutos, y me quedo en shock por lo que me cuenta. Son descripciones muy fuertes, y muy constantes. “Es que mataron a mi tío, y ahí lo vi tirado, y después vinieron y mataron a mi tía, mis primos. Los encontré descuartizado…”, una tras otra. Él me mira, esperando una pregunta, y me veo en la necesidad de decirle que lo que me acaba de contar es tan fuerte, que no logro pensar, que sus historias no me dejan ir más adelante. Lo miro, y le digo que lo siento mucho por todo.
Le pregunto si no tiene rabia, si ha buscado venganza. Me dice que lo ha pensando, pero que no, no quiere esto. No quiere violencia....
Me mira y me dice, gracias. “Gracias a ti por escucharme”. Me quedo muy sorprendido por su agradecimiento. Le pregunto si ha compartido estas historias con otros michoacanos que se encuentran en el albergue. Me dice que no, que en realidad, yo soy el primero en escuchar estas historias. Le pregunto “pero porque no pláticas con otros sobre esto?” “Es que son cosas muy fuertes, muy personales, muy íntimas. Prefiero no decirles nada, no tienen por qué saber esto”. Su mirada se ve un poco más animada. Él me agradece nuevamente por haberle escuchado, me dice que “se siente menos pesado ahora”, ahora que me pude contar -distribuir- estas historias. Se levanta y regresa a su tienda de campaña.
[...]
Han pasado casi dos horas. Me levanto para seguir el recorrido. Todavía hay otros lugares para ver, me percato, volviendo un poco a la realidad, pero sigo con una sensación medio perdida, con mi mente nublada, nubloso, como que tengo que hacer un esfuerzo para ubicarme, para “regresar a la vida”, para poder llevar estas historias mientras camino otras historias.
Salimos.
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