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Foto del escritorRenato Galhardi

Dia 7 -Trabajo de campo en Tijuana: “Oh! Pedro Páramo! Contigo, he andado!”

Actualizado: 24 sept 2021

"La historia comienza al ras del suelo, con los pasos. Son el número, pero un número que no forma una serie. No se puede contar porque cada una de sus unidades pertenece a lo cualitativo: un estilo de aprehensión táctil y de apropiación cinética. Su hormigueo es un innumerable conjunto de singularidades. Las variedades de pasos son hechuras de espacios. Tejen los lugares. A este respecto, las motricidades peatonales forman uno de estos "sistemas reales cuya existencia hace efectivamente la ciudad", pero que "carecen de receptáculo físico". No se localizan: espacializan. Ya no se inscriben en un continente como esos caracteres chinos cuyos locutores, con el dedo índice, bosquejan con ademanes sobre la palma de la mano."

-de Certeau, M. (1996). La invención de lo cotidiano: artes de hacer. (Vol. 1). Universidad iberoamericana. p. 109


[Fragmento de diario de campo]

Día 7. Jueves, 19 de agosto 2021– Pedro Páramo redux

Aprovecho que están bajando de la combi para bajar. Quería tomar una foto de un “Barber Shop”, que vi camino al centro. Bueno, ya estamos en el centro, pero no es “centro, centro”, para mí. No he llegado a la Catedral, por ejemplo, así que aún me encuentro “en camino”. No es que me llama la atención la fluidez del inglés en los horizontes sensibles de la ciudad, sino que me interesa esta permanencia del inglés, de Estados Unidos, y me cuestiono cuales han sido los caminos para llegar a este letrero, a este nombramiento. ¿Un “Barber Shop” está dirigido a que publico? “Será que está pensando en atraer a una clientela gringa?”, o será que es un negocio de un empresario estadounidense? ¿O será de un “mojado” que llegó a instalarse en Tijuana y abrió un oficio que aprendió en Estados Unidos? Quizás, quizás, quizás. Son muchos quizás últimamente. Cruzo la calle, me tomo una foto y doy media vuelta y regreso -ahora sí- al “centro centro”.

Hoy ando buscando a los migrantes tan mediatizados en la prensa nacional e internacional. Los migrantes, en su mayoría, centroamericanos, amontonados en alguna zona fronteriza de Tijuana, buscando ingresar a Estados Unidos. He leído muchas noticias, reportes y foto documentales a lo largo de los últimos dos años, describiendo la llegada de “oleadas” de centroamericanos, acentuando los discursos de odio de un tal expresidente estadunidense (ultra)nacionalista, nativista, individualista, xenofóbico, misógino y racista. Quiero sentir el terreno de estas agrupaciones de migrantes, saber que a quien miro son migrantes, y que “aquí, están” y poder contrarrestar esta incubación de imágenes y valores que ha sido depositado en mi imaginario con la realidad. A lo largo de un poco más de las 5 horas y 25 kilómetros que caminaré Tijuana, estaré buscando a esta “invasión” de foráneos que fue presentado en la prensa nacional a lo largo de los años; y así, con Pedro Páramo caminaré.


“To map the lively commotion of these worldly associations is to travel in them, negotiating ‘modes of access and ways of orienting ourselves to the concrete world we inhabit’”

- Whatmore, S. (2002). Hybrid geographies: natures, cultures, spaces. Sage Publications. p. 3.



Tijuana no deja de recordar que Estados Unidos está a su alcance. Toda mirada parece hacia un espejo que tiene en su trasfondo, los Estados Unidos. Pensar el “aquí-aquí” me resulta difícil; no me resulta difícil “estar” en Tijuana sino “quedarme” aquí. Hay una constante pelea por mi mirada, mi foco, especialmente mis pensamientos. Son los locales en inglés, los letreros indicando el “camino” hacia “allá”; los pasos hacia San Diego, hacia Estados Unidos. Decido que hoy es un buen día, como cualquiera, para ir hacia alguno de los accesos fronterizos entre México y Estados Unidos y la Garita de Otay es un ejemplo perfecto; representa uno de los accesos administrativos oficiales más concurridos y transitados entre ambos países, consistiendo unos de los flujos de tránsito transfronterizos más dinámicos del mundo. Voy a verlo para también sentir la frontera, sentir el acceso y quizás buscar el paso. Quizás en esta entrada también encontraré a la “invasión” de migrantes, lenguaje que rutinariamente encontraba en las noticias periodísticas sobre la “situación en la frontera” norte de México, pero más importante que sea “la frontera del sur de Estados Unidos”. Así lo ubicaban el asunto, y ahí busco ubicarlo en mí mismo.



Cruzando el rio de Tijuana, me dirijo hacia el suroeste, caminando las baquetas que abrazan las calles de múltiples carriles, empezando las múltiples subidas que me brindará vistas de lo expansivo y expresivo que es el cielo que sobrevuela Tijuana. Antes de subir la sinuosa calle de una colonia ya del otro lado del rio, cruzo un camino de ferrocarril, lo cual venia paralela a la banqueta que me encontraba. Me llamó la atención que la línea ferrocarrilera se había transformado en una “calle” improvisada de un barrio “suelto al aire libre”. De ambos lados de la única vía ferrocarrilera, casa de madera, de cartón, de materiales desechados e encontrados pincelan el camino. Veo a dos hombres caminando en el medio de las vías férreas; vienen platicando, cargando bolsas de plástico. Me recuerda las aventuras Tom Sawyer y Huckleberry Finn de Mark Twain y también a John Steinbeck. Pienso en el cuento “Cannery Row”. Las calles son polvosas, y dotadas de basura; me doy cuenta de que la basura parece ser un elemento permanente en el espacio público alejado de los espacios ocupado por flujos peatonales. Aquí, en estos caminos, el tránsito peatonal parece ser mínimo; esquivo a los vehículos estacionados que ocupan una parte de la banqueta, las entradas de bodegas ocupados por camiones, y subo hacia las alturas de Tijuana.



La caminata es, por lo general, una experiencia solitaria. En algunas ocasiones veo a uno u otro caminando en la calle. Si no es que va a subir a su vehículo, este individuo se ve despojado y abatido; tiene la apariencia “de la calle”; polvosos, sucios, desajustados, con vestimenta vieja, (ab)usada, manchada. Caminen despacio, sin prisa, mirando el piso, parando de pronto a ver hay entre la basura que florea hacia todos lados. “Quien camina es porque no tiene “nada””, pienso. “Caminar no es una elección sino una necesidad”. Un poco más adelante, quizás como forma de resaltar el acto de caminar, me percato que la mitad de mi zapato se ha desprendido; la suela se encuentra suelta. “¡Oh no!” “Necesito reparar esto; me urge. Aún tengo mucho que caminar”. Me meto en una tienda buscando pegamento “loco” y pregunto si hay algún zapatero cercano y le muestro mi tenis como si mi pregunta no hubiera sentido sin esto. “Sí, más adelante. A unas tres cuadras. Pasando el OXXO hay un zapatero”. Le agradezco y sigo. Me fijo que aquí todos son muy amables.




Camino, camino, camino. Paso por el Instituto Tecnológico de Tijuana, y sigo hacia la Universidad Autónoma de Baja California (¡Viva los cimarrones!). Pasando la UABC me percato que puedo ver el aeropuerto de aquí. Veo pequeñas avionetas amarrillas en camino de aterrizaje. Un avión comercial desprende. “He alcanzado el aeropuerto. La Garita de Otay no está mucho más lejos”. Ya han pasado unas 4 horas y el sol está en sus puntos más alto. Sudo; goteo. El sudor me cae sobre los ojos; lo salado me pica los ojos. Ajusto mi gorra y busco una sombra; no la encuentro. Me toca seguir, así.


El camino, ahora, se ha descompuesto para el uso peatonal. El horizonte se la planeado, y con el sol se siente el desierto. Las calles son rectas y alcanzan lo que parece el cielo; siguen, derecho. Aquí son carreteras, no calles. Los coches pasan a alta velocidad. Camiones, camionetas, algunos autobuses ocupan la mirada; no se escucha más que el rugido de los motores. No veo más que coches. Subo un puente peatonal para cruzar una carretera. El puente baja hacia el otro lado, un depósito improvisado de basura. Veo algo que se mueve entre los desechos. La rata parecía bien alimentada. Miro hacia adelante. “No falta mucho”; intento reconfortarme. Hasta el momento este ha sido el trayecto más pesado y demandante que he realizado. “Estoy cerca”; sigo. Caminado por la carretera me encuentro a otro -hombre, con mochila- que está en posición de encontrar el “momento” y cruzar la carretera. Lo saludo, y me saluda. Yo sigo mi camino.


Llegué a la Garita de Otay. Me emociono porque, por fin, llegué. Llegué a este espacio que tanto he leído; que ha sido una parte de mis reflexiones, análisis; parte de mi colectivo imaginario. Quizás por tanta expectativa es porque me decepciono. Es una entrada fronteriza tranquila. Hay poco ruido y poco flujo. Me acerco al área del cruce peatonal, y camino bajo el techo que abriga el paso, a pie, hacia el otro lado. “Aquí sí hay más gente”, pienso. “Donde será que está el campamento de los migrantes, seguro están cerca”. Camino, miro, y no veo a “los migrantes”. No encuentros una “oleada” de migrantes centroamericanos clamando su entrada. ¡Exigiendo dignidad! ¡Demandando vivir! No están. “Oh! ¡Pedro Páramo! ¡Contigo, he andado!” No están. No hay a estos “migrantes” que me interesa. Claro, aquí hay “migrantes”; sí, están formados en los carriles para pasar, y están caminado hacia el otro lado, pero me interesa los “otros migrantes”. Estos que no tiene este acceso -abierto, visible, administrado, ordenado- para pasar. Camino hacia algunas calles de ambos lados de la Garita… zona residencial, algunas tiendas; no encuentro y así parece que he llegado a Comala. La primera línea de la obra maestra de Juan Rulfo describe mi situación; mi condición; mi “estado”: “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo.” Yo vine a la Garita, porque me dijeron que acá estaban los migrantes. Cinco horas y algo y unos 25 kilómetros después y sigo buscando. Por hoy, algo hice: caminé. Mañana será otro día y a ver qué camino me encuentro; a ver dónde me llevan mis pies. Ando en Comala, buscando a Pedro Paramo.


"In willing myself to look more sharply, smell more deeply, touch more sensitively, hear more profoundly, I push my body to its sensual limits, to reach and reach beyond the limits of his corporeal form. But I'm doomed to fail, not only because I can never capture enough, but because I will inevitably forget."

- Game, A., & Metcalfe, A. (1996). Passionate sociology. Sage.


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