I. Introducción
Son aproximadamente treinta años lo que separa la publicación de la obra de Jean Baudrillard El otro por sí mismo (1987) de las reflexiones de Byung-Chul Han en La expulsión de lo distinto [2016] (2017). Baudrillard, ya en meados de la segunda mitad del siglo XX, se preocupaba con la creciente aceleración y penetración de las Tecnologías de Información y Comunicación en la vida doméstica de la sociedad. La sinergia entre la comunicación y la informática, la condición telemática del sujeto (tardomoderno), y la creciente condición cibernética y racionalización de la sociedad son algunos de los núcleos de la tesis de Baudrillard. El sociólogo, filósofo y teórico cultural francés, en muchos sentidos, anticipa las reflexiones de Byung Chul Han. Partiendo de las neblinas de la modernidad como planteado por Baudrillard, el inicio de la era de la hiperrealidad se caracteriza por la obscenidad de la incorporación industrial de la información en el seno de la vida contemporánea, fascinando el sujeto a buscar lo igual (a diferencia de la mismidad[1]), la positividad en el circuito de la razón (el progreso[2]), de la ciencia (la “verdad”[3]), inhibiendo la seducción en favor del deseo[4]. En El otro por sí mismo, Baudrillard buscará argumentar acerca de la necesidad de recuperar la dialéctica de la negatividad, de resistir a la iluminación total de la vida, de permitir el secreto y la seducción, de negar la propulsión científica de la razón, del cálculo y de la producción. Han (2017), consiguientemente, retomará rasgos esenciales de Baudrillard (1987) para plasmarlo en el seno de la vida telemática posmoderna y positiva que caracteriza las sociedades desarrolladas, sin vía de salida ni posibilidad de reversibilidad. Para Baudrillard, la teoría tiene que incomodar la realidad y, en este tono y vialidad, recalca la necesidad de recuperar la seducción, como elemento desestabilizador de la razón y del sentido, para regresar la dialéctica de la negatividad en la vida. Para Han (2017), la argumentación correrá paralelo a esta teoría, enfatizando la igualación de la vida y el amor como la ruptura, el silencio, la escucha, el arte y la poesía (la metáfora) como desprendimiento de la curva permanente de la vida del homo digitalis. Ambos autores proponen la teoría desestabilizadora de la alteridad, la otredad, y la extrañeza y uno plantea lo que el otro actualiza. En ambos casos, la racionalización del mundo, la razón como el componente ordenador de la sociedad fue/es rechazado, y criticado, por ambos autores.
- “Since the world drives to a delirious state of things, we must drive to a delirious point of view.” (Baudrillard, 2001:1).
II. Baudrillard: el éxtasis de la comunicación y la vida cibernética
Baudrillard en El otro por sí mismo (1987), parte de la construcción ontológica de la sociedad como un sistema comunicativo, lo propio (y esencial) -como diría Luhmann- de lo social[5]. La convergencia de los medios tecnológicos comunicativos, como son los aparatos televisores y de telefonía (alámbrica aún), desaparecen, como argumenta también Han (2017), lo referencial necesario que engendra la dialéctica del otro, desprendiéndose del agarre de la gravedad, de las contingencias del tiempo-espacio, para convergir en el impulso del autoconsumo de la monotonía de lo mismo (Baudrillard, 1987: 9)[6]. La expansión social de la telemática[7], la convergencia de la información y la comunicación produce la relación desterritorializado del sujeto en un mundo que busca la (auto)reproducción del consumo, cada vez más acelerado, cada vez más desprendido del otro -del eros[8] - y cada vez más atrapado en la ciencia iluminadora de la razón[9]. La telemática privada, el teléfono alámbrico personal -accesible y particular- representa la relación con una “maquina hipotética”, un artefacto desterritorializado por completo –un “cosmonauta en su burbuja”- que irrumpe la tensión entre espacio y tierra asegurando el paso firme en la “ingravidez” (Baudrillard, 1987: 12). La “telemática privada” acelera la comunicación y lleva el sujeto con ella, acelerando continuamente, dentro de la ingravidez de la nueva vida social. Las vías urbanas, los circuitos electrónicos, las conexiones neuronales[10], los vehículos, la televisión, la industria, el consumo, todo converge para ser cada vez más; un éxtasis de comunicación. En la circuitería del sistema comunicativo, el sujeto se funde con la mecánica propio de la estructura de comunicación cibernética de la vida, social y privada; el desplazamiento de los limitantes a la ambivalencia. La reducción del sujeto como una particularidad de la comunicación -de la red, de la informática, de la cibernética de la hiperrealidad- es obsceno como pornográfico[11].
El éxtasis de la comunicación es exacerbado por la disolución de las tensiones de densidad del mundo. La transmutación comunicativa busca lo liso, lo cercano, la curva. La telemática posibilita la igualación de la lejanía con la cercanía, imposibilitando, de ser así, cualquier transcendencia (Baudrillard, 1987: 10). Es relevante, y formidable a la vez, considerar la actualidad de las consideraciones de Baudrillard. Han, en su obra Hiperculturalidad: Cultura y globalización [2005] (2018), resume las transmutaciones consecuentes de la globalización, proceso que Baudrillard necesariamente hace alusión, anticipando la ola consumidora que será la expansión, totalizadora y absoluta, de la descentralización de los procesos productivos del capitalismo bajo la nomenclatura de la globalización. Se recupera, por su pertinencia y precisión, la actualización que presenta Han sobre lo ya entablado por Baudrillard:
“El proceso de globalización, acelerado a través de las nuevas tecnologías, elimina la distancia en el espacio cultural. La cercanía surgida de este proceso crea un cúmulo, un caudal de prácticas culturales y formas de expresión. El proceso de globalización tiene un efecto acumulativo y genera densidad. Los contenidos culturales heterogéneos se amontonan unos con otros. Los espacios culturales se superponen y se atraviesan. La pérdida de los límites también rige el tiempo. En la yuxtaposición de lo diferente se acercan no solo diferentes lugares, sino también diferentes períodos de tiempo. La sensación de lo hiper, y no de lo trans, inter o multi, refleja de modo exacto la espacialidad de la cultura actual. Las culturas implosionan, es decir, se aproximan hacia una hipercultura.” (Han, 2018a: 11).
Del exposé de Baudrillard a las culminas de Han como teóricos contemporáneos culturales, el contexto, de la referencia de ambos teóricos, parece ser el único elemento que haber sufrido una mutación, con sus procesos apenas transformados mediante la aparente agudización y atomización de sus funciones; la esencia concentrado del exceso de comunicación se interpreta como una estrella comunicativa que colapsada sobre si misma produciendo el agujero negro consumidora de todo (en este caso, comunicativo).
III. La pantalla como “vida”
La televisión representa el médium del éxtasis de la comunicación. El televisor busca la intromisión voluntaria de la exterioridad (lo público; lo social; la “mera vida”[12]) en el seno de la vida doméstica con la reproducción del semejante, sin fricciones ni obstáculos, más bien, retroiluminado, para que la fría luz dirige el apetito a sí mismo, al autoconsumo narcisista, a la entrega voluntaria de la emoción, del secreto, de la duda[13], y de la reflexión[14], algo “verdaderamente” obsceno. Lo obsceno se desplaza de lo obscuro - de lo oculto - a lo “demasiado visible, de los más visible que lo visible”, es la sobreexposición total de la mirada informática a la vida, la totalización del sujeto como información (1987: 18-19).
La televisión como incono representativo de la tendencia potencial del “poder telemático” de la realidad; todo controlado mediante el mando a distancia hasta la virtualización del ocio y del turismo como simuladores de la realidad reduce la experiencia a la virtualidad; la virtualidad “del consumo, del juego, las relaciones sociales, el ocio” (1987: 14). La publicidad, ahora en el universo de lo particular, mediante la televisión, y el alcance telemático de la industria, “invade todo” desplazando el espacio público a su paso. Los entornos arquitectónicos urbanos de la vida social se vuelven enromes pancartas publicitarias: monumentos a los dirigentes de la cultura de la mercancía[15] (1987: 16-17). Todo es “a domicilio”; todo es simulación; la vida desnuda se conduce con el deseo de la búsqueda (monótona) de lo mismo, de lo igual, de la erosión de la negatividad, el objeto de deseo y origen del control[16]. Mediante la circulación de la mercancía dentro de las venas del consumo por el consumo, motivado y orquestado por la cúpula publicitaria, el objeto no tiene mensaje; se vuele apenas un medio de circulación, lo propio que Baudrillard (1987) llama “el éxtasis”. Así, el mercado de la circulación de los bienes se deleite en la “prostitución y pornografía” del objeto (19). La penetración telemática ha dejado de lado la búsqueda de la conformidad social.
No se trata de parecerse a los demás, para ser como los demás, sino que se busca la producción de parecerse “únicamente a uno mismo”; se busca la expulsión totalizadora y concluyente de lo distinto, de la “bacteria” (como el “extraño”), de lo morfológicamente diferente (1987: 35). La comunicación, como experiencia es exacerbada por la racionalidad de la ciencia, por el apelo científico de la verdad, de des-cubrir, des-velar, des-enrobar, las sombras, las densidades, las interpretaciones, las dudas, los sueños, las inquietudes, y se vuelve obsceno por la conducta propia del éxtasis de la comunicación[17]. Esta totalización luminosa y transparente, del consumo y racionalización del mundo (sin sentido), son los ejes de la esfera de la “hiperrealidad”.
IV. La hiperrealidad y el fin de la dramatúrgica
La desterritorialización del mundo renegocia las relaciones de los objetos dialógicos sobre la “actuación” de la profundización del “narcisismo” del sujeto, -la irreversibilidad de su condición antropocéntrico- buscando la optimización de los nodos de articulación, potencializados por la cibernética, en la(s) pantalla(s) y la(s) red(es). La desterritorialización de la telemática desaparece la escena social, la construcción dramatúrgica de la interacción social, esta dialéctica social de la otredad. El mando a control, el teléfono portátil, este desprendimiento de la gravedad, el desprendimiento del gravamen del peso conduciendo el sujeto mediante una “superficie lisa y operativa de la comunicación” (Baudrillard, 1987: 10). En la telemática “no hay espectáculo ni escena, ni teatro, ni ilusión”, solo queda el sujeto “transparente y visible” consumido por la luz, la información y la comunicación (1987: 18). El sujeto de la hiperrealidad ya no se estructura dramatúrgicamente, pero cibernéticamente dejando, forzosamente y voluntariamente, la escena y rol por el terminal y las redes (1987: 13)[18].
La metáfora espacial se vuelve la metáfora del universo, no solamente del universo cotidiano, pero también doméstico como parte, ahora, del Sujeto y Objeto. Esta conexión entre el espacio (cielo) y la tierra es el puente entre la metafísica y la realidad, por lo tanto, transforma lo cotidiano en una hiperrealidad. La telefonía privada, la telemática particular, representa esta metaforización de la realidad como un satélite que orbita la simulación; este giro ontológico representa “el comienzo de la era de la hiperrealidad” (1987: 13). La hiperrealidad es la hipostasia de la cotidianidad; es la exposición propia de la metáfora como real, de la estructura simbólica del objeto como su esencia; es la representación de la vida como simulación (1987: 13). Las emociones, placeres, el eros, los tiempos, cuerpos, son todos reducidos, concentrados e inmediatamente disponibles bajo la luz totalizadora de la simulación de la hiperrealidad.
Aquí, en la vida cibernética, la luz de la pantalla elimina el ritual del secreto, de la dialéctica negativa, el eros propio de la vida; la mezcla obscena de los niveles de los universos de la sociedad desaparece el Otro, solo queda el Yo buscando a sí mismo, pornográficamente[19], y casualmente lo encuentra reflejado en las publicidades arquitectónicas de este sistema hiper-acelerado comunicativo (1987: 17). En la hiperrealidad no hay sombras, no hay dimensionalidad, todo es iluminado al parejo, sin profundidad (plano) ni densidad (leve) (1987: 28). La hiperrealidad se opone, dialécticamente, contra la alienación, relación propia de la alteridad de la vida estructurada simbólicamente en la dramaturgia: la escena y los roles. En la hiperrealidad, el sujeto de las TIC es “fascinado” con lo obsceno (1987: 22). La otredad, en la luz totalizadora de la hiperrealidad, desvanece la posibilidad de engendrar la relación con la extrañeza y, por ende, Baudrillard apela a la seducción.
V. La obscenidad y la seducción
El sistema cibernético comunicativa que estructura y conduce la vida del sujeto tardo/posmoderno es totalizadora, es atravesado por la única y totalizadora dimensión de la comunicación y, consecuentemente, es a la ves lo representativo de la obscenidad[20]. Lo obsceno, cualquier acontecimiento sometido a una única dimensión de la información (Baudrillard, 1987: 20), se convierte en la fascinación de la era de la hiperrealidad. Todo lo que ilumina, concluyentemente, es aceptado como propio del reflejo de su propio sistema articulador: el éxtasis de comunicación. La iluminación concluyente, totalizadora y absoluta de la hiperrealidad no incide en ninguna actividad; nada sucede, ni en la información ni en lo político; toda agencia desaparece ante la saturación cibernética y telemática. No hay agencia posible -ni política, ni poesía[21] – en la era de la saturación comunicativa (1987: 28-29). El sujeto de la hiperrealidad es fascinado por la obscenidad de su disolución, de su exhibición y consumo; la fascinación es una mirada sin objeto; sin imagen; es la “pasión desencamada” (1987: 28). La fascinación con el obsceno, este narcisismo del consumo, lleva a la instauración de nuevos rituales, “los rituales de la transparencia” (29). La transparencia perpetua, constrictiva, eliminando los ejes dialógicos necesarios desarrolla la conducta esquizofrénica social. El éxtasis de la transparencia geográfica (y simbólica), del mundo sin “secretos”, sin recintos obscuros, solo invita a la implosión como la búsqueda de una movilidad, de una exploración seductiva, de una des-cubierta[22]. Esta condición representaría el cumulo de esta excesiva mirada interior (1987: 33).
El sujeto concebido por Baudrillard es un sujeto semiótico; es un sujeto de la interpretación de significados y significantes y, por ende, inmerso, como nodo y nexo, en un sistema (simbólico) comunicativo[23]. La morfología del sujeto a objeto, tanto a consumo en la orgia del capitalismo, es el desvían del sujeto al apartado del signo:
“Para volverse objeto de consumo es preciso que el objeto se vuelva signo, es decir, exterior, de alguna manera, a una relación que no hace más que significar (Baudrillard, 1979: 224).
La racionalidad de la vida infecta las construcciones de interpretar (búsqueda de verdad) las enfermedades psíquicas, mentales, y del alma. El fracaso, argumenta Baudrillard, del psicoanálisis de entender (comprender) la seducción de las neurosis, los sueños, los lapsos, la locura, las anomias de la sociedad, demuestra, la falla del psicoanálisis de entender la “seducción” propiamente articulada ya que la seducción es natural en la desorganización y la fantasía. El rechazo de la imaginación es el producto de la racionalización y así, el psicoanálisis se vuelve “la conciencia infeliz del signo” (52). Han recuerda esta dinámica propuesta por Baudrillard al señalar que es propiamente la sedación lo que permite recuperar lo propio del sujeto, es decir, desanclarlo de la igualación fatalista de lo igual (Han, 2017: 18-19). Esta expulsión de lo distinto, argumentará Han, es propio del sistema de rendimiento que produce no solamente lo igual, pero rechaza, categóricamente, lo diferente esencialmente, y lo distinto ontológicamente.
El sistema de los objetos son las esferas del signo, del simulacro de la simulación que, al encontrarse con la interpretación, la iluminación de la verdad, la ciencia neuronal, el circuito eléctrico se encuentra en una “estrategia fatal” que deriva de la seducción del deseo. Por un lado, es la razón, el código y sistema y por el otro está el gasto, el sacrifico, la muerte. Han articula esta estructura de la semiótica social de la comunicación (los objetos en el sistema comunicativo) para abarcar la radicalización del “miedo por sí mismo” (29); del “terror” de la intromisión de lo distinto dentro del plano de la reproducción y circularidad de lo mismo. Esta reacción, alérgica y atópico[24], de la diferencia, de la duda, es resultado de la excesiva imposición de la racionalización del mundo, dentro de la extensión telemática y, en pleno siglo XXI, desprendido del continuum espacio-temporal. La gravedad es hecha redundante mientras podemos vernos en el espejo digital de las y nuestras pantallas. La nueva iglesia es el celular; el internet (acceso a y permanencia en) es lo sagrado.
La racionalización del mundo, descrito por Baudrillard y retomado por Han, representa la perdida de la dimensión simbólica de la vida; de la estructura semiótica de la vida. La inserción totalizadora del sujeto en el plano metalingüístico de la comunicación, necesita desprenderse conscientemente. Es aquí donde Baudrillard introduce, como praxis, la seducción. La seducción representa el desafío; ambos conceptos son detonadores de extralimitaciones; son relativos a la ruptura porque “[n]os arrastra más allá de cualquier contrato, más allá de la ley del cambio, más allá de las equivalencias” (1987: 49). La escritura está hecha para seducir, para desviar, para encubrir la verdad, para sustituir la interpretación, para busca la dialéctica del signo, la “salvación” (83). Cuando la interpretación (voluntad seductora) de la interpretación (verdad impositiva) son articulados, mediante la recopilación de la estructuración de sí mismo, es decir, de los contornos de una otredad, la separación ontológica de Sujeto (como Signo) y el Objeto, se puede recomponer la “especularidad del signo” posibilitando la construcción, propiamente, del camino de un sentido de una teoría de significado distinto[25]. La seducción irrumpe en el seno del sentido del signo como un desafío que rompe la relación entre signo y objeto, destruyendo la capacidad simbólica del signo dejando que solamente existe “el destino del objeto”[26]. La seducción, el desafío (pero no el deseo: el deseo es la muerte simbólica -su aniquilación- de la seducción[27]), lleva el sujeto “más allá del principio de realidad” (1987: 49). Ambos son rupturas de lo mismo, se mueven en la obscuridad de la extrañeza; esto es el desafío que engendra la seducción a la voluntad del exceso de comunicación. El mundo vuelvo calculo, consumo, producción -el reflejo del progreso- es amenazado por la seducción. La seducción funciona justamente entre los conceptos, donde no hay distintivos, ni absolutos; esta articulada dentro de los signos “vacíos, ilegibles, arbitrarios, fortuitos”, son justamente la ambigüedad de su contenido que lo hacen atractivo, es decir, “seduce” (51). Las adscripciones productivas, morales, normativos, y estructurantes son “seductores”; es el orden que engendra la seducción y condiciona que la “gramática” de los objetos retomando su contenido simbólico volviéndolo parte integral de la dialéctica negativa.
La racionalidad científica neuronal, base de la vida telemática de la hiperrealidad, no logra entender lo sublime de la seducción, y de ser así, lo niega por completo, reemplazado por la fascinación obscena, la pornografía y la pantalla (retro)iluminada y siempre prendida: más bien, busca siempre acelerar su paso dentro de los circuitos eléctricos y neuronales aumentando, exponencialmente, su iluminación atravesó de la ventana de la vida. Perdido dentro de la iluminación profunda de la comunicación telemática, La seducción se articula como un vértigo de reversibilidad, que anula cualquier profundidad (la permanencia del no-sentido). La seducción no pretende desvelar, revelar y proporcionar ninguna verdad, al contrario, seduce en el cuestionamiento, en la duda propiamente. La seducción se mueve la superficie, en el plano euclidiano, sin profundidad y solo en apariencia. Se manifiesta como mecanismo entre los sentidos: afirmativo y negativo. La cibernética hace que todo cae al abismo -el sentido, el otro, el horizonte temporal- y el deseo de la producción, de la fascinación, no permite rescatar la seducción de la apariencia[28], del “vivir” la vida fuera de la “acción racional”, de poder “jugar” con las metáforas propia de la imaginación. La seducción busca recuperar el arte de la desaparición[29].
VI. La expulsión de lo distinto: Byung Chul Han en la época del Homo digitalis
Han (2017), retomando y reformulando el aparato critico de Baudrillard (1987) considera, argumentaré, la extensión del fenómeno en términos de su agudización, totalización, y dispersión. El fenómeno que describe Baudrillard acerca de la disolución del Yo dentro de una hiperrealidad de consumo que desaparece con “la expulsión de lo distinto”, considera, necesariamente, los puntos comunes del humano moderno dentro de la dialéctica de la sociedad tardomoderna que describe Han. Entre aproximadamente 1987 y 2017, estas tres décadas que separan la obra de Baudrillard y Han, la descripción del sujeto de consumo se propaga ya dentro del circuito de la positividad (su contención), de la pérdida propia de la dialéctica de la negatividad y del autoconsumo de la mismidad. El camino de la historia parece haber entrado en una curva sin fin – en busca de un horizonte que siempre se mantiene justo fuera del alcance (su motivación). Eso, sustenta ambos autores, representa la pérdida del sentido del sujeto.
En la hiperrealidad de una telemática digital, la virtualización de la sensación de una experiencia de la vida, el exceso (éxtasis) de comunicación se presenta como un violento poder (autorreferencial) invisible (Han, 2017: 10) a la medida que se incorpora en el logos del sujeto de la era de digital, forzando la “proliferación de lo igual se hace pasar por crecimiento”[30]. Si la televisión ya representaba una violencia del contorno necesario de la dialéctica negativa de la vida doméstica a finales de los 80 del siglo XX, las nuevas modalidades telemáticas, como son el contenido audio-visual por internet y la tendencia del exceso de “entretenimiento” -binge wacthing- es la proliferación de lo igual, en la disolución de la otredad, la extrañeza, la negatividad, y por lo tanto, en esta ausencia, no hay dialéctica posible con el aparato metafórico inmunológico como señala, paulatinamente Baudrillard (2017: 11)[31]. Aquí, la omisión total de la referencia limitante del Objeto-Sujeto, hace necesario relegar la relación a la autorreferencial, y no a la dialéctica bacterial. En esta vía, Han argumenta que “la proliferación de lo igual no es carcinomatosa, sino comatosa” (2017: 10).
La producción de lo igual, hiperacelerada, somete del sujeto a la perdida dialógica a la mismidad. La mismidad, argumenta Han, es justamente el grado diferencial de una otredad; La mismidad no es equivalente al igual, pero la contraparte de lo distinto, es decir, convive en la dialéctica negativa. La mismidad, por el contrario, carece por completo de una contraparte dialectico que fomenta la extrañeza y consecuentemente, no permite la constitución de un Sujeto frente a un Objeto; los limitantes necesario de una identidad (2017: 11)[32]. Tampoco permite la experiencia, porque no hay una contraparte distintivamente referida que permite conocer la experiencia[33]. La experiencia constitutiva de la telemática privada del siglo XXI, la fusión portátil de las dos potencias de la condición cibernética del éxtasis de comunicación de Baudrillard, el teléfono y la televisión, asimilado en un solo aparato digital en el contexto del sujeto contemporánea de Han, produce la continuidad de la lo igual, del consumo narcisito de sí mismo[34].
“El mero «me gusta» es el grado absolutamente nulo de la experiencia.”
- (Han, 2017: 121)
VII. La prolongación de la comunicación cibernética social: la sociedad informática en el siglo XXI
La sociedad de Baudrillard de los finales del siglo XX y la sociedad de Han del principio del siglo XXI comparten el espacio elástico sobre el mismo puente cibernética que se refieren mutualmente uno al otro como punto de partida y punto actual, extendiéndose hacia adelante, cada vez más verticalizada, ejemplificando estructuralmente, la actualidad de la mismidad conceptual del sistema comunicativo. El sistema comunicativo de la sociedad tardomoderna (posmoderna) de rendimiento, del culto al progreso, al trabajo -al poder más- como describe Han (2017), ha encontrado, en su orgia[35] de la reducción del sujeto al autoconsumo e información, la explotación de la dimensionalidad del sujeto como información, como data (datum), considerando el homo digitalis en lo que simplemente es: su composición parcializado en bits de información; la correlación y extracción informática sin sentido; sin razón[36]. En otras palabras, el sujeto es el conjunto de variables numéricas que pueden ser procesadas en función de implementar nuevas (y mejoradas) confluencias de consumo del Big Data: esto es el progreso.
El análisis crítico que hacen ambos autores en el plano temporal elásticamente conectado de la apropiación estructural de la comunicación como sistema ordenador de la geografía social del desarrollo de la tardomoderna, se centra en el exceso de la penetración de la tecnología dentro de los recintos más privados de la cotidianeidad del ser humano. La hiper -y transculturalidad de las grandes urbes metropolitanas del mundo son testigos de la creciente concentración de la tecnología de la información y comunicación en la vida doméstica, pública y privada, dentro del ocio, la experiencia, la vivencia en una luz total de disolución del secreto, el íntimo, el obscuro, el privado. La transparencia hace banal la fatalidad. La transparencia y la hiperrealidad, la cibernética y la telemática hace que la impaciencia y la indiferencia prevalecen, dentro de la monotonía del progreso, de este circuito de la producción. En esta sintaxis social de la cibernética comunicativa, la muerte, elemento propio de la dialéctica de la negatividad, queda excluido por la iluminación, pospuesta indefinidamente en el culto al rendimiento, la banalidad, el consumo; esta santa salud.
En este mundo saturado por la comunicación telemática y cibernética, se ha negado la fatalidad; la muerte ha sido relegado a lo extra-sistémico, es decir, ha sido expulsada ontológicamente. No hay “espacio” para la muerte en la cibernética del siglo XXI. En esta sociedad hiperrealidad, el objeto sigue negociando su contención esencial, siendo ya un destino (un fait accompli) pero relegado a la perpetua negociación de su sentido: su muerte simbólica. El culto a lo bello, a la “cara”, a la imagen, son las ofrendas a la santa salud. Las tensiones entre el deseo y la seducción persisten y configuran nuestra “salvación”; Hay que ser seducido por el no-sentido, la metáfora y la analogía. Que seamos más locos, idiotas, silenciosos, e históricos. Que recordemos de ver arriba, como abajo, de ver atrás como enfrente, de mirar y escuchar y fomentar comunidad. Que seamos más aburridos, y contemplativos. A este mundo, se apela a que haya menos espejos; a la disolución del narcisismo cibernético y telemático de la vida de la hiperrealidad.
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Bibliografía
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Baudrillard, J. (1987). El otro por sí mismo. Barcelona: Anagrama.
Baudrillard, J. (2001). La transparencia del mal: ensayo sobre los fenómenos extremos. Barcelona: Anagrama.
Han, B.-C. [2005] (2018a). Hiperculturalidad: cultura y globalización. Barcelona: Herder Editorial.
Han, B.-C. [2010] (2012). La sociedad del cansancio. Buenos Aires: Herder.
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Han, B.-C. (2014). Psicopolítica: neoliberalismo y nuevas técnicas de poder. Barcelona: Herder.
Han, B.-C. [2016] (2017). La expulsión de lo distinto: percepción y comunicación en la sociedad actual. Barcelona: Herder.
Luhmann, N. (1996). Introducción a la teoría de sistemas, lecciones publicadas por Javier Torres Nafarrate, Anthropos Editorial, México, DF, 1996.
Pawlett, W. (2007). Jean Baudrillard: against banality. London: Routledge.
[1] La distinción entre “mismidad” y “igual” es un eje fundamental en la obra de Han (2017) que será retomado en el apartado VI de este trabajo.
[2] El concepto de ‘progreso’, tanto para Baudrillard como para Han, tiene una connotación obscena y envuelto por una racionalización (y estructuración) de la conducta de la vida social, excesivamente inmerso en la yema de la comunicación.
[3] La verdad, tanto para Han y también para Baudrillard no está en lo expuesto por la razón positivista, por la ciencia propiamente, pero justamente en las sombras, en las dudas, en los rincones de la obscuridad. Este punto será retomado con mayor énfasis en el apartado “V. La obscenidad y la seducción”, punto conceptualmente común en las obras de ambos autores.
[4] En la introducción de la recopilación analítica sobre el cuerpo teórico de Jean Baudrillard escrito por William Pawlett (2007), Jean Baudrillard, against banality, Pawlett recuerda que Baudrillard siempre ha tenido una articulación contraria a la moda, a la tendencia; Baudrillard, argumenta Pawlett, se oponía a los racionalistas y cientificistas que sostenían que había una “realidad” conocida por el sujeto, más bien, sustenta que el sujeto está sometido en las implicaciones de una estructura lingüística que forma, partiendo de la influencia estructurante de la estructura -sistema-, su construcción de la realidad (2007: 3-4). Es relevante considerar esta posición analítica presente en el cuerpo teórico de Baudrillard porque esta postura se desvela claramente en la manera (y forma) en cual Baudrillard estructura el rechazo de la circulación de la información como modo de iluminar la verdad.
[5] En la Introducción a la teoría de sistemas (1996), Luhmann construye su teoría con el enfoqué integral y transversal de la comunicación como medio y esencia propia del sistema. En este sentido, un sistema social - la(s) sociedad(es) – no son reducibles más allá de su carácter comunicativo. La sociedad es, en todo sentido, un acto comunicativo. Entre muchos argumentos, Luhmann afirma que: “No hay en el ámbito social multiplicidad de alternativas para de entre ellas escoger la operación que defina lo social. La comunicación es el único fenómeno que cumple con los requisitos: un sistema social surge cuando la comunicación desarrolla más comunicación, a partir de la misma comunicación.” (Luhmann, 1996: 68).
[6] Aquí Baudrillard (1987) sintetiza maravillosamente la trasformación dialógica del Ser con su medio (como comunicación): “Hoy, ni escena ni espejo, sino pantalla y red” (9).
[7] Telemática es el ramo científico del análisis de la unión entre sistemas informáticos y tecnológicas de la comunicación. La telemática es el propio de las Tecnología de la Información y Comunicación (TIC). La agregación del adjetivo “privado” a este concepto quiere aludir a la particularización y reducción de la TIC a lo personal, es lo propio de la posesión de esta forma de comunicación “augmentada”.
[8] El vicio de la auto-propagación de la imagen de sí mismo -de la misma imagen – (“selfies” en su uso coloquial) es propio de la actividad de los sujetos en la sociedad de rendimiento contemporáneo, pero es predominante en el mundo de los milenillas, la generación del siglo XXI. Aunque Baudrillard trabaja el concepto, Han explícita la relación del vacío, de la ausencia propia del auto-amor que representa la actividad de la reproducción de su propio reflejo. En palabras claras, Han escribe que “[l]a adicción a los selfies no tiene mucho que ver con el sano amor a sí mismo: no es otra cosa que la marcha en vacío de un yo narcisista que se ha quedado solo. En vista del vacío interior uno trata en vano de producirse a sí mismo” (Han, 2017: 47).
[9] Baudrillard aborda, desde el principio, la pérdida por el sujeto de la modernidad de la relación entre sujeto y objeto, entre lo fáctico y lo virtual, entre el territorio y el espacio. Así Baudrillard habla de la dualidad aparentemente contradictoria de la erosión de la dialéctica negativa: “Todo ello sigue existiendo, y simultáneamente desaparece. La descripción de tal universo proyectivo, imaginario y simbólico, siempre fue la del objeto como espejo del sujeto. La oposición del sujeto y el objeto siempre fue significativa, al igual que el imaginario profundo del espejo y de la escena.” (Baudrillard, 1987: 9). En pocas palabras, Baudrillard logra decir mucho, demasiado para el alcance de este trabajo, pero es suficiente la cita, como ilustrativa, del modo en cual Baudrillard articula la tensión entre lo aquí y lo allá, y la desaparición de las condiciones (limitantes y constructivas) de los contornos conceptuales necesarios que distinguen entre el objeto y el sujeto.
[10] El sistema comunicativo de la sociedad, aplicado por la racionalización del éxtasis de comunicación rediciendo el sujeto, morfológicamente, a nodos en y entre las redes y terminales, el sujeto cibernético y positivo, también constituye la metáfora del sistema nervioso biológico que se estructura mediante redes, nodos, y circuitos. En esta época de la hipercomunicación, de la vida cibernética, hiperconectada, sobrepuesta y yuxtapuesto, el ser esta reducido a los “encadenamientos moleculares y circunvoluciones neurónicas” (Baudrillard, 1987: 44).
[11] Han atribuirá el mismo grado de sentido al sujeto tardomoderno. En su obra La agonía del Eros [2012] (2018), Han elabora, de una forma explícita, la perversidad del progreso vinculado a la (sobre)producción del consumo concebido, caracteriza Han, de una producción pornográfica. En sus propias palabras: “[e]l capitalismo intensifica el progreso de lo pornográfico en la sociedad, en cuanto lo expone todo como mercancía y lo exhibe. No conoce ningún otro uso de la sexualidad. Profaniza el Eros para convertirlo en porno (25).
[12] La “mera vida”, articula Han en La agonía del eros [2012] (2018) es justamente el “aferrase” a la vida. Es mediante el desglose de la dialéctica hegeliana del amo y esclavo, de la muerte como inminentemente estructurado dentro de esta dialéctica, que el esclavo “se aferra a la mera vida” (18). La mera vida se ubica en la esfera de la supervivencia, de la esfera esencialista de la vida; es el antagonista, propio, de lo que engloba la “buena vida”. En este punto, Han describe el principio fundamental de la mera vida con claridad: “La dialéctica hegeliana de amo y esclavo describe una lucha a vida o muerte. El que después será amo no teme la muerte. Su deseo de libertad, reconocimiento y soberanía lo eleva sobre la preocupación por la mera vida. Lo que induce al esclavo futuro a someterse al otro es el miedo a la muerte. El esclavizado prefiere la esclavitud a la muerte amenazante. Se aferra a la mera vida” (2018b: 18).
[13] En su obra La sociedad del cansancio [2010] (2012); Han argumenta, con claridad, acerca de la necesidad de dudar como mecanismo propio de la recuperación de una dialéctica negativa del Yo que permite la reflexión, posibilita la agencia, y potencializa la ruptura a un sentido en el orden social. En sus propias palabras, Han escribe que “[l]a duda moderna y cartesiana reemplaza al asombro. Sin embargo, la capacidad contemplativa no se halla necesariamente ligada al Ser imperecedero. Justo lo flotante, lo poco llamativo y lo volátil se revelan solo ante una atención profunda y contemplativa” (24).
[14] La interconectividad socialmente estructurante de la telemática, como sistema comunicativo, busca como principio propio sistémico, su equilibrio -su homeostasis. Es así que Baudrillard (1987) establecen, en relación a la industrialización social de la telemática que somete la red a su (auto)reproducción (como mecanismo propio de subsistencia): “Cada sistema (incluido el universo doméstico) forma una especie de nicho ecológico, de decorado relacional en el que todos los términos deben mantenerse en contacto perpetuo, informados de su respectivo estado y del de la totalidad del sistema, pues el desfallecimiento de un único término puede llevar a la catástrofe” (12).
[15] Baudrillard (1987) recalca la transformación de las grandes urbes urbanas -metropolitanas- en los centros de las “operación cultural de la mercancía y la masa en movimiento.” En las ciudades, el magnetismo del urbano, reside una “única arquitectura actual: grandes pantallas en donde se refractan los átomos, las partículas, las moléculas en movimiento” (17).
[16] Baudrillard (1987), al describir los modos de interacción e interpretación de la creciente penetración de las relaciones con las tecnológicas de comunicación escribe: “La imagen y semejanza de la televisión, el mejor objeto prototípico de esta nueva era, todo el universo que nos rodea e incluso nuestro propio cuerpo se convierten en pantalla de control” (10).
[17] “Y este éxtasis sí es obsceno. Obsceno es lo que acaba con toda mirada, con toda imagen, con toda representación” (Baudrillard, 1987: 18).
[18] El cambio de la escena a terminal, y del rol a redes, habla de un cambio morfológico importante, dejando el lenguaje ilustrativo propio del análogo, de la tradición, de la territorialidad en la historia histórica, lo cual se basa la dramaturgia, una composición del mundo lineal y vertical, para asumir un carácter ya propio de la posmodernidad, la característica cibernética, la perdida de lo lineal a favor de la curva y la complejidad – la hiperrealidad – que irá constituirse, cada vez, como argumenta Han (2017), la condición propia del sujeto tardomoderno del neoliberalismo financiero.
[19] La construcción conceptual de la pornografía es justamente la retomada por Han. Es la cruda presentación de la objetivización del Objeto, sin dimensiones, ni peso, ni sombra; lo totalmente expuesto. Baudrillard (1987 escribe que la “, pornografía en tanto es forzada y desmesurada, exactamente igual que el primer plano sexual en el porno. Todo ello hace estallar la escena antes protegida por una distancia mínima e interpretada conforme a un ritual secreto sólo conocido por los actores” (17).
[20] La propulsión de la aceleración continua, sin fricción, dentro de una “ingravidez”, desnuda la vida con su paso, circular y perpetuo; desnuda el objeto de cualquier elemento simbólico; es la imposición de la razón y la incisión de la verdad. Baudrillard demuestra su rechazo a la orden de la estructuración de la verdad como vida. En sus propias palabras: “[l]a obsesión por desnudar la verdad, por llegar a la verdad desnuda, que impregna todos los discursos de interpretación, la obsesión obscena por alzar el secreto es exactamente proporcional a la imposibilidad de conseguirlo jamás. Cuanto más nos acercamos a la verdad, más retrocede ésta hacia el punto omega, y más se refuerza la obsesión por alcanzarla” (63).
[21] El dialogo de Baudrillard y el dialogo de Han se vuelven sincrónicos, conceptualmente, y así Han (2017) recupera la dialéctica de la metáfora de la poesía. En sus palabras: “[e]l poema es un acontecimiento dialógico. La comunicación actual es fuertemente narcisista. Se produce sin ningún tú, sin invocar al otro. En el poema, por el contrario, yo y tú se engendran mutuamente” (106).
[22] Baudrillard (1987) argumenta que llegará un punto donde todos los viajes posibles (de avión) serán hechos, todas las velocidades y desplazamientos posibles realizados, coaccionado el viaje propiamente como una inmovilidad de la concentración singular de las múltiples localidades representando el no-movimiento posible ubicado en un punto fijo. La única resistencia, argumenta Baudrillard (1987), de encontrar la ubicuidad potencial, de regresar la movilidad, es la implosión; como un espejo que se fragmenta en mil pedazos, cada fragmento un reflejo distinto del otro; así se podrá recuperar la dialéctica negativa y resistir contra la hiperrealidad (33).
[23] En su introducción del canon teórico de la obra de Baudrillard, Pawlett (2007) recuerda que Baudrillard ha desarrollado un interés sobre la estructura simbólica de la vida, edificado sobre la semiótica y la influencia de otros autores, notablemente la semiótica posestructuralista de Roland Barthes, el concepto de "dirigidas por sí mismas/ por otros" en la obra La Muchedumbre Solitaria (1950) de David Reisman y la obra de Marcel Mauss Ensayo sobre el don, que desarrolla el concepto de intercambio simbólico. La semiótica ha sido instrumental en la forma en cual Baudrillard construye sus argumentos teóricos, utilizando el concepto del “sujeto lingüístico”, de las “’gramáticas’ de los objetos” como conceptos productivos de su análisis y apropiado del ramo en cual se desarrolló la semiótica: la lingüística. De ser así, no se extraña, más bien se reconoce la concordancia, de la posición central y estructurante de la comunicación en la teoría de Baudrillard referente a la obra principal que este texto discute: El otro a sí mismo.
[24] En las palabras de Roland Barthes citando en Han (2017): «Atópico, el otro hace temblar el lenguaje: no se puede hablar de él, sobre él; todo atributo es falso, doloroso, torpe, mortificante»” (40).
[25] Al designar la seducción como motivo de reimpresión de una otredad, la dialéctica negativa que es buscado dentro del sistema cibernético de la comunicación, Baudrillard (1987) subraya que “cabe imaginar una teoría que trate de los signos, de los términos y los valores en su atracción seductora, y no en su contraste u oposición regulada” (49). “Que rompa definitivamente la especularidad del signo, y en la que todo se juegue ya no en términos de distinción o equivalencia, sino de duelo y reversibilidad. En suma, una teoría seductora del lenguaje.
[26] El destino del objeto, en los discursos que presenta Baudrillard, habla propiamente del posicionamiento dialectico del Objeto ante su otredad, de su configuración no establecida y, por ende, a ser destinado a ser elemento distinto del Otro. El destino del objeto, ahora desprendido, o mas bien, seducido a la superficie y la apariencia, se despliegue en multiplicidades posibilites de relaciones y significaciones. Es el regreso del simbólico al objeto. El objeto, de ser así, ha sido seducido a recuperar su destino.
[27] “La seducción no es deseo, sino lo que juega con el deseo y se burla del deseo. Lo que eclipsa el deseo, le hace surgir y desaparecer, levanta las apariencias delante de él para precipitarle a su propio fin” (Baudrillard, 1987: 57).
[28] La seducción se mueve verticalmente, entre el abismo y la superficie, en búsqueda de desprender el sentido impuestos al objeto, de la verdad construida y constrictiva, volviendo el simbólico a la estructura del objeto. Al “seducir” el sentido a la superficie, la seducción permite que el objeto se incorpora al plano de las sombras, de la incomprehensibilidad. La apariencia es algo aún incomprehensible en su totalidad, no ha sido “iluminado completamente”, contiene algo de “seductora” (Baudrillard, 1987: 54).
[29] “Saturados por el modo de producción, debemos recuperar los caminos de una estética de la desaparición. La seducción forma parte de ellos: es lo que desvía, lo que aleja del camino, lo que hace ingresar lo real en el gran juego de los simulacros, lo que hace aparecer y desaparecer” (Baudrillard, 1987: 60-61).
[30] El exceso de positividad en cual el sujeto de esta sociedad cibernética -acelerada, autorreferencial, de rendimiento y consumo- es perpetuado por el poder comunicativo y transparente en el momento que es aceptado (interiorizado) por el sujeto volviéndose un reflejo propio de la transparencia comunicativa cibernética (información). Es, también, violento -una paradoja funcional- ya que el poder de la comunicación, información y transparencia, irrumpe violentamente en el seno de la vida doméstica del sujeto tardomoderno de forma voluntaria. Es la estructura condicionada que lleva a la autoagresión, el exceso consumado, el narcisismo no-erótico, y la depresión dentro de las patologías posibles de los “infartos psíquicos”.
[31] El poder violento de exceso de lo igual, de la positividad no se puede oponerse contra ninguna dialéctica de la analogía inmunológica, porque “No se generan anticuerpos contra la grasa” y no hay “defensa inmunológica [que] puede impedir la proliferación de lo igual” (Han, 2017: 11).
[32] En las palabras de Han (2017): “Una mismidad tiene una forma, un recogimiento interior, una intimidad que se debe a la diferencia con lo distinto. Lo igual, por el contrario, es amorfo. Careciendo de tensión dialéctica, lo que surge es una yuxtaposición indiferente, una masa proliferante de lo indiscernible” (11).
[33] “El terror de lo igual alcanza hoy todos los ámbitos vitales. Viajamos por todas partes sin tener ninguna experiencia. Uno se entera de todo sin adquirir ningún conocimiento.” (Han, 2017: 12).
[34] La paradoja de la comunicación cibernética es que tiene una correlación inversa con la propia comunicación: cuanta más comunicación, menos comunicación hay. El ámbito del internet resulta corroborar el incesante consumo de lo igual: ““Más bien sirven para encontrar personas iguales y que piensan igual, haciéndonos pasar de largo ante los desconocidos y quienes son distintos, y se encargan de que nuestro horizonte de experiencias se vuelva cada vez más estrecho. Nos enredan en un inacabable bucle del yo y, en último término, nos llevan a una «auto propaganda que nos adoctrina con nuestras propias nociones»” (Han, 2017: 12).
[35] Baudrillard, en su obra Transparencia del Mal (2001), abre su reflexión sobre fenómenos extremos aludiendo esta dimensión del éxtasis de comunicación: la orgia. La orgia es “todo el memento explosivo de la modernidad, el de la liberación en todos los campos. Liberación política liberación sexual. Aberración de las fuerzas productivas. Aberración de las fuerzas destructivas, Aberración de la mujer, del niño, de las pulsiones inconscientes, Aberración del arte. Asunción de todos los modelos de representación de todos los modelos de antirrepresentación. Ha habido una orgia total, de lo real, de lo racional, de lo sexual, de la crítica y de la anticrítica, del crecimiento y de la crisis de crecimiento. Hemos recorrido todos los caminos de la producción y de la superproducción virtual de objetos, de signos, de mensajes, de ideologías, de placeres. Hoy todo está liberado” (2).
[36]La crítica al consumo excesivo, sin sentido, de una sociedad saturada de información motivado por un concepto de progreso asociado al autoconsumo y autoexplotación, es tema tanto de Baudrillard como de Han. Han, al actualizar la construcción critica del “estasis de comunicación” frente a la apropiación del aparato transformador neoliberal, escribe: “la correlación es la forma de saber más primitiva, ni siquiera está en condiciones de averiguar la relación causal, es decir, la concatenación de causa y efecto. Esto es así y punto. La pregunta por el porqué está aquí de más” (Han, 2017: 13-14).
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