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(2/2) Día 17. De significados y (des)ubicaciones – en un albergue de migrantes en Tijuana

Actualizado: 24 sept 2021

[Fragmento de diario de campo]

(...) Siguiéndolo hacia el albergue, noto que tengo que trabajar mi forma de hablar, de hacer el cambio entre lo de Certeau distingue entre: lenguaje y hablar; entre escuchar y oír; entre el formalismo y el uso. Esto quedaría claro en el intercambio que siguió:


“¿Estás haciendo una investigación, o qué?”,

“Sí, es parte de mi trabajo de campo”, le respondo.

“Trabajo de campo? ¿Vas a trabajar el campo?”, dice perplejo.

“No, vengo hablar con los migrantes, buscar entender sus situaciones e historias de vida” “Ah, ok.”.


La entrada me abre a un espacio grande, amplio, como un grande almacén. A mi izquierda esta unas sillas plegables y a mi derecha esta una mesa con panfletos, gel, y un guardia de seguridad. A mi frente esta alrededor de lo que me parece son entre 50 y 80 tiendas de campaña.


(...)


Estoy sorprendido. Mismo habiendo hecho una búsqueda e investigación del albergue previamente, habiendo visto fotos, no quedaba claro que el espacio está ocupado de esta manera. No sé qué me esperaba, pero creo que algo más “estructural”; algo más “fijo”. Las tiendas de campaña me significan una temporalidad muy volátil, y una estructura “hecho de papel”; una “casa de papel”, quizás. Esta primera impresión es rápidamente transformada por niños y niñas que corren, gritan, ríen y juegan a todos lados. Hay una mesa donde están sentados algunos jóvenes adolescentes jugando algún juego de mesa. Veo a muchas mujeres, niños y niñas. No veo a muchos hombres. El ruido de las risas me sorprende. Las calles de Tijuana son silenciosas -el silencio camina con uno- y al entrar y encontrar tanto ruido, risas, platicas me espanta, al mismo tiempo que me alegran. Me llena una sonrisa ver tanta “vida” aquí. Pero qué vida se puede tener aquí: “Algo es algo”, pienso. “Es mejor que la calle. No, es MUCHO mejor que la calle”.


(...)


Me sorprende que la población migrante mayoritaria es mexicana. Me comenta que la mayoría de los mexicanos son de Michoacán o de Guerrero. Saco una bolsa de café y cuatro paquetes de galletas y le entrego. "Una pequeña aportación", digo. "Gracias por recibirme".


(...)


En el albergue han llegado migrantes de: Brasil, Colombia, Rusia, Haití, Paquistán, Perú, Venezuela entre otras nacionalidades. Hay habido reparaciones y mejorías recientes. Me comenta esto mientras vamos ingresado al “grueso” del Albergue. Paso los niños y niñas, buscando no pisar en nadie, no pegarme contra un pequeño que no rebasa la altura de mi rodilla.


(...)


“Hola. Hola. Buenas tardes”. Pasamos por otra puerta y estamos en un espacio entre unas oficinas y la cocina. Aquí en este espacio, se detiene para seguir contándome más del Albergue. Hay habido reparaciones: el techo, la cocina. De pronto aparece otro joven. “Ah, este es de Michoacán”, me dice. “Viene huyendo de la violencia”, agrega. “Platícale, platícale”, dice al muchacho. Con un poco de pena -vergüenza- me dice que vino a Tijuana porque en Michoacán lo quería para el narco, y si no se sumara iban a matarlo y su hija, así que decidió irse y llegó a Tijuana. Tengo muchas preguntas sobre su relato. ¿Por qué se fue a Tijuana? ¿Pretende cruzar a EE. UU? ¿Tiene familia aquí o allá en EE. UU? ¿Como llegó hasta aquí? Pero no me da tiempo para preguntarle porque aparece el director del Albergue. Conversamos por casi tres horas, pero no establecemos un diálogo. No logré pasar la barrera del “investigador” y el “investigado”. Nuestro intercambio tomó el formato de una entrevista: yo haciendo preguntas y él respondiendo. Quería escucharlo, así que lo dejé hablar.


(...)


Los deportados, me comenta, terminan en las calles, si es que no regresan a cruzar o a sus lugares de origen. En 2018, se formó una comunidad de deportados en la zona del canal del rio de Tijuana seguido por un operativo que los dispersó de allá, sin darles la atención y la integración necesaria para que pueden tener una vida. En este sentido, la mayoría de la población en “situación de calle” tiene alta probabilidad de ser un deportado. Me comenta que el albergue tiene otro espacio, “más arriba”, que funge como refugio exclusivo para hombres migrantes. Ahí se encuentra muchos hombres que han sido deportados. “No se quedan mucho tiempo”, dice. “Muchos terminan con problemas de depresión y vuelven a intentar a cruzar o simplemente desisten del refugio y hacen sus vidas en la calle”, me dice. “No es justo que así terminan los deportados”, me comenta. Efectivamente, no es justo. Nada de esto es justo.


Regresan, son repatriados, deportados, “invitados a salir”, a irse, a dejar todo; son despojados, sacados y echados de una vida hacia otra; de un hogar a buscar una casa; de una familia a buscar compañía. No hay una atención a los deportados; llegan y “a ver cómo le hacen”. Es una bestia la frontera. Un mostro. “Trabajar aquí humaniza”, dice. “Uno se vuelve…más humano”. Toda política migratoria debe “ver a los migrantes”, a “sentir” el migrante; cada frontera debe hacerse “sobre los migrantes”, quizás así se “entiende”, quizás así se rompe la indiferencia. Cuando nombramos, nos acercamos, hacemos propio, invitamos, incluimos, “vemos”. Los migrantes tiene nombre. ¿Como te llamas? Quizás tú también eres migrante. Yo me presento: soy Renato y también soy migrante.


***

Extract from De León, J. (2015). The land of open graves: living and dying on the migrant trail. University of California Press.



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