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(1/2) Día 17. De significados y (des)ubicaciones – caminos a un albergue de migrantes en Tijuana

Actualizado: 24 sept 2021

Lunes, 30 de agosto 2021

[Fragmento de diario de campo]

“¿Oye, aquí es el albergue?”. Está obscuro aquí adentro. La puerta que detengo deja entrar una luz fuerte de un sol radiante de una tarde temprana. Son las 13h30 de un lunes “cualquiera”. Me mira un hombre flaco, apretando un “cigarro”. Su mirada está dividida entre la luz y la obscuridad. “¿El qué? ¿Qué buscas? ¿A que vienes?” dice con una mirada rápida que regresa a su “cigarro”. Sentado sobre los primeros escalones de una escalera de metal, me encuentro ahí frente a él; y lo desconocido. “No es aquí el albergue?”, sigo. “Hay un letrero sobre la puerta con el nombre del albergue”, agrego. En los altos de la escalera está un hombre, mirando, vestido de mezclilla y sin camisa. El hombre flaco sigue con sus labores de apretar su “cigarro”. “El alberge. ¿No es aquí?”, repito. Me voy dando cuenta que no es. “Aquí al lado, en la “cinco””, finalmente me dice el hombre de arriba. “Ah ok, gracias”, les digo. Cierro la puerta. “Donde estaba?”, pienso.


Miro al lado, “quizás aquí es la “cinco””, pienso. Me acerco al portón que funciona como entrada del espacio al lado. Tiene una puerta cerrada con una cadena gruesa y un candado grande. Adentro veo a dos pequeñas puertas, pareciendo los baños que construyen los albañiles, y quizás una o dos recámaras más atrás, pero ya no se alcanza a ver por el sol. Las puertas están numeradas, 1 y 2, y a su lado se ve un corredor obscuro y una escalera de metal del otro. Una muchacha se acerca al portón. “¿Oye, es aquí el albergue?”, le pregunto. Me parece que asienta con la cabeza como para confirmar que sí. “Ah, ok. ¿Y por aquí se entra? Es que ando buscando a…”. Me mira, dice algo, pero no la entiendo.


Habla entre los dientes, sin mirarme, mirando a todos los lados. No estoy seguro de que, si habla a mí, pero me parece que entendí que si era -que “ahí viene”- así que me espero. “A ver qué pasa”, pienso. Murmura algo más y habla más fuerte, sigo sin entenderla, y alguien contesta. Sale una respuesta desde el “2”. “Ah, bueno”, pienso, “quizás ahí es la oficina, o algo, quizás alguien sale para darme información”. Hay un intercambio, bastante difuso entre la muchacha y la voz del “2”. Miro como para buscar entender el intercambio. La muchacha parece que no logra fijar su mirada en un punto fijo, y repentinamente, se va. Baja un hombre -camisa negra, mezclilla, cabeza raspada con lentes obscuras puestas. Me mira, levanta los lentes. “Ey, aquí es el albergue?”, sigo insistiendo. Me perfila con su mirada y se acerca al “2”. “Tiene veinte?”, susurra hacia el interior. Algo responde el “2”, pero no lo capto. Ahora sí me queda claro que no estoy donde quiero estar; que “aquí” no es el albergue. Me percato que “aquí” es una “boca de fumo”, como decimos en Brasil; un punto de ventas de drogas.


Ilustración 1. "Ahí dice albergue", digo. 30 de agosto 2021, Tijuana

Había llegado temprano para ubicar el espacio. Justamente un poco para prevenir cualquier desencuentro, para descartar cualquier “desentendimiento”. Es un día nublado, y el cielo es un mar gris que llena la vista. Tengo cita con un albergue y aprovecho llegar temprano para hacer un “recorrido del terreno”, ubicar las calles, su espacio y observar su contexto. El camino es bajando hacia la frontera. Bajo por una de las calles paralelas a la "turista", el adjetivo que uso para identificar la avenida Revolución. Paso el Arco y el camino empieza a cambiar -las tiendas de conveniencias son sustituidas por las cantinas y las sexoservidoras ocupan cada esquina que voy pasando. "Las historias que se escriben aquí", pienso. Es un escenario perfecto para una novela pulp, estilo “Fear and Loathing in Tijuana”. Muchos hombres ocupan las calles ahora. Son las 11 de mañana. Paso por una muchacha que me susurra algo; sigo mi paso. Busco hacerme parte de lo cotidiano, del paisaje, ser "uno más" pero nada de mí es "aquí".


Ilustración 2. "Sex on the beach", 30 de agosto 2021, Tijuana


“Debe ser allá, entonces”, pienso, mirando la calle en frente. Ahí también hay un letrero con el nombre del albergue y hay dos hombres hablando afuera. “Quizás son parte del albergue”, considero. Cruzo la calle. Veo un hombre “de la calle”, comiendo algo. “Oye, es aquí el albergue”, insisto. “No, no sé”, me dice. Sigo. “Buenas, oye, el albergue (de migrantes), ¿es aquí?”. “Buenas, ¿que buscas?”, me responde un hombre joven. Le explico y asienta con la cabeza. Sabe de qué hablo. “Por fin”, pienso. Se ofrece para llevarme al lugar. “No es aquí, es más abajo, por acá” dice, apuntando con el dedo. “Te llevo”, agrega. Hay una sensación de alivio, de algún tipo de “victoria”, pero noto una mirada quizás un poco sostenida sobre mi reloj. “Nota mental: dejar el reloj en casa”. Mi alivio se detiene mientras considero mis opciones y decido, mientras camino, “introducirme” a la realidad. Me presento al hombre, le platico de mí, le pregunto su historia, intercambiamos algunos relatos y, después de unas calles más, me indica donde está el albergue. “Aquí es”, me dice, y toca la puerta. “Espérame”, comenta mientras ingresa al establecimiento. Estoy frente a una puerta de metal, muy similar a la primera puerta que ingresé, pero esta no está pintada de negro, sino que es parte de un escenario donde una enorme cabeza de un zorro flota sobre una ola de colores. En la pared de al lado, esta unas alas. Los colores de las paredes coincidirán con el sentimiento del interior; la risa que pronto encontraría; risas inmersas en una vida detenida; envuelto por la esperanza; sostenido por la solidaridad. La barbarie del muro (del mundo) está aquí; está aquí adentro.


Ilustración 3. La cabeza del zorro


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